Crisis sobre crisis

Publicado en la revista Descubrir el Arte en marzo de 2019

La Historia del Teatro se ha trazado, tradicionalmente, en base a la historia de la literatura dramática, dejando en los márgenes el registro de las representaciones, del hecho teatral en su globalidad. Sin embargo, el siglo XX fue el siglo de los directores y el progreso del arte escénico, una vez superadas las vanguardias históricas, se debe a las notables aportaciones de una serie de creadores que, atizados por dramaturgias rompedoras como las de Beckett, Ionesco, Valle-Inclán, Heiner Müller o Harold Pinter, y por impregnaciones plásticas muy sugerentes, supieron imprimir un nuevo rumbo a las ajadas puestas en escena de tradición decimonónica.

La revolución escénica del siglo XX, el siglo de los directores, llegó a España mal y tarde, por imperativo dictatorial, como tantas otras cosas. Los aires de modernidad de los años 80 arrinconaron a los dramaturgos que habían sufrido la censura y dieron preponderancia al escaparatismo de grandes montajes del repertorio universal y a una escena que buscaba la hibridación de lenguajes surgida al calor del nacimiento del fenómeno de las salas alternativas, que heredaba algo del espíritu del teatro independiente de los 60 y los 70.

Aún así, en el cambio de siglo el autor teatral español contemporáneo es un Sísifo que empuja su piedra en la periferia y, salvo contadas excepciones, no llega nunca a ver su obra en escena en condiciones mínimamente dignas. La historia de nuestra escena en los últimos 20 años se escribe en tres vertientes paralelas que rara vez se entrecruzan: el teatro público, el teatro privado (también llamado comercial) y el teatro alternativo o independiente. No se han cruzado mucho, en efecto, pero casi sin ser conscientes, se han alimentado unos de otros. Para los tres ámbitos, la crisis que irrumpe en 2008 será definitiva y, paradójicamente, hace que hoy podamos hablar de una edad de oro de nuestra dramaturgia.

El teatro público, con la llegada de Gerardo Vera o Ernesto Caballero a la dirección del Centro Dramático Nacional, con Mario Gas en el Teatro Español y las Naves de Matadero, Álex Rigola en el Lliure de Barcelona y el buen hacer de festivales como el de Otoño en Madrid y Temporada Alta en Catalunya, ha sabido combinar el presente con la tradición, lo convencional con lo vanguardista. Bajo esos paraguas hemos podido disfrutar de autores como Juan Mayorga, considerado hoy el más importante de nuestros dramaturgos a nivel mundial, con montajes como Himmelweg (2003) o Hamelin (2005), este último en colaboración con una compañía fundamental en la primera década del siglo: Animalario. Con su firma son cruciales Alejandro y Ana (2004) y Urtain (2008). Angélica Liddell puso en Matadero el montaje que le encumbró a nivel internacional: La casa de la fuerza (2009). Y el dinero público nos permitió disfrutar también de grandes puestas en escena de creadores de fuera, como La trilogía de los dragones de Robert Lepage (2003), Incendies de Wajdi Mouawad (2008) y más recientemente el Monte Olimpo del controvertido belga Jan Fabre (2018).

El teatro privado ha vivido muchos éxitos, pero el siglo se inauguró con las 4 temporadas seguidas en el Teatro Marquina de El método Gronhölm (2003) y la Gran Vía se empezó a convertir en el pequeño Broadway que hoy es con musicales como Cabaret, Cats, Mamma Mia!, Los miserables o El rey león. También privado, pero muy influenciado por lo público y un tanto por lo alternativo, irrumpe la compañía Kamikaze, que consolida la trayectoria que comenzó en 2009 con la sorprendente La función por hacer.

Heterogeneidad pura y extrema, la escena alternativa sufre vaivenes constantes en estas dos décadas. Se abren y cierran salas, se prueban formatos, la crisis alimenta experimentos como La casa de la portera, que tan buen recuerdo dejó y que tanto hizo, como otras muchas salas de pequeño formato, por dar cobijo a toda una generación de nuevos dramaturgos y dramaturgas entre los que cabe citar a Alberto Conejero, Antonio Rojano, Lucía Carballal, Pilar G. Almansa, Nieves Rodríguez, María Velasco, Lola Blasco, Irma Correa, Denise Despeyroux, Carolina África o los hermanos QY Bazo. Pero no debemos olvidar que aquella crisis golpeó con fuerza las estructuras y, aunque estimuló la imaginación ante la falta de recursos, ha generado dinámicas de precariedad que, o mucho cambian las cosas, o serán males crónicos, abundando en la frase que siempre ha definido nuestro teatro: un arte con una mala salud de hierro.