El milagro español

Primera versión del artículo publicado, con el mismo título, en el número 2 de la Revista DRAMÁTICA, del Centro Dramático Nacional, en mayo de 2021. 


 

Cuando me desperté, la pandemia todavía seguía allí. Miré el timeline de esa vieja aplicación llamada VIDA y me asaltaron varios hechos que me obligaron a pellizcarme por si seguía dormido. España es el único país que ha mantenido los teatros abiertos prácticamente desde que acabó el confinamiento en junio de 2020. Los franceses nos miran con envidia, no los que han estado viniendo a ‘Madriluf’, que ya saben, solo van a los museos, sino los que este pasado mes de abril han okupado (con k) 30 recintos escénicos repartidos por toda la geografía gala. Irreductibles galos. Repito, los franceses nos miran con envidia. ¿De verdad no estoy soñando?

El periódico argentino La Nación hablaba el 17 de abril en un artículo del “milagro madrileño” y contaba lo que -supuestamente- ha significado para los públicos escénicos que los reyes y las infantas se dejaran ver en algún que otro teatro al inicio de la desescalada (emoticono ojiplático). Por otro lado, los taurinos sevillanos se quejan de agravio comparativo y, según la información publicada en eldiario.es el 11 de abril de 2021, podrían estar detrás de la decisión de la Junta de Andalucía de suspender las funciones en el Teatro Central de la ciudad hispalense el fin de semana anterior, aunque la Junta aduce recomendaciones sanitarias para tomar la decisión. En otro punto de la península, en Valencia, la Federación de Fútbol reclama para el deporte rey el mismo trato que se da a otros espectáculos que sí reciben público, como el teatro y el cine, y que se permita al menos un 20% del aforo en los estadios con un máximo de 8.000 asistentes. 8.000, quién los pillara. Fútbol, toros, los reyes, los franceses… ¿qué está pasando? ¿Cómo es posible que suspendieran el Festival de Avignon y aquí se celebraran en el mismo verano de 2020 el Festival de Almagro, el de Mérida, el Grec de Barcelona, el MIT de Ribadavia, Veranos de la Villa en la capital del reino, y en otoño, en medio de repuntes y segundas olas, Temporada Alta en Girona y el FIT de la discordia en Cádiz? ¿Somos la vanguardia por una vez en la vida o unos irresponsables?

 

De la cultura necesaria a la cultura segura

En la galaxia del teatro español, los astros rara vez se alinean. Durante un duro y largo confinamiento, situación inédita en nuestras vidas, nos empachamos de libros, series y películas, descubrimos las bondades del pan casero escuchando a nuestros grupos favoritos y los artistas empezaron a regalar su trabajo a través de directos de Instagram, fiesta de pijamas global consumiendo genialidades y chorradas a partes iguales y muy por encima de nuestras posibilidades. El Zoom se instaló en todos los ordenadores y había una fiebre por pensar el tiempo nuevo y el cambio de paradigma. Cultura y filosofía a saco, sin obviar que la creación de contenidos para Youtube y los videojuegos también son producto cultural. En definitiva, todo lo que no era supervivencia era cultura.

Y para los trabajadores de la cultura, la supervivencia estaba en serio peligro y durante semanas el ministro del ramo debía estar entretenido afinando su receta de masa de pizza. No, probablemente estaba trabajando, pero su silencio nos ponía más nerviosos, así que toda la familia teatral enterró viejas rencillas y se puso en plan Fuenteovejuna, todos a una, y la gente de la música, la danza o el flamenco se unió al tsunami desesperado. No nos olviden, que no estamos en primera línea como las enfermeras, los médicos, los cajeros y cajeras del súper o los recogedores de basura, pero también somos importantes. Somos vitales para que no os ahoguéis en la incertidumbre.

Mientras el Dúo Dinámico hacía caja con el revival pandémico de su Resistiré, 33 asociaciones de los sectores escénico y musical se ponían a hacer cuentas (30.000 actuaciones canceladas, 130 millones de pérdidas) y resumían en 52 propuestas concretas sus necesidades. En 2019 se habían contabilizado 720.000 puestos de trabajo relacionados directamente con lo cultural, así que eran muchas familias sumidas en la preocupación. Aquel documento venía a certificar el estado de emergencia cultural y suplicaba con una sola voz la actuación inmediata y coordinada de todas las administraciones públicas. Por aquel entonces, ya se habían presentado “medidas económicas audaces y extraordinarias” según los firmantes, pero a su juicio no eran suficientemente específicas ni garantizaban una respuesta adecuada para un sector caracterizado por su estacionalidad y su intermitencia. Se reclamaban acciones concretas en ámbitos como la contratación pública y otras relacionadas con la Seguridad Social, la financiación empresarial, las concernientes a las subvenciones públicas, los impuestos y otras encaminadas al fomento del sector. Reprogramar, agilizar el acceso a subsidios por desempleo, facilitar la liquidez, decretar demoras de los pagos de préstamos, reducir el IVA en las contrataciones o el IBI y apoyar el relanzamiento de la actividad una vez superada la situación, eran algunas de las medidas propuestas.

La presión del sector obró el milagro y si, probablemente, las administraciones no dieron salida a la totalidad de esas reclamaciones, sí se encontraron con un paisaje bien labrado para sembrar el futuro inmediato. Mientras se aprobaban paquetes de ayudas de diversa índole por parte del Estado, las Autonomías y los Ayuntamientos -nunca suficientes-, el término desescalada se colaba en nuestro día a día e íbamos conquistando fases como quien pasa pantallas de un videojuego hasta alcanzar la tan ansiada nueva normalidad, por mucho que el concepto nos escamara por aquello de que nada nuevo es normal ni nada normal es nuevo. Pero los eslóganes, ya se sabe, cuanto más simplones más efectivos. El caso es que, tras la fiebre del streaming, se empezó a hablar de la apertura de los teatros. Administraciones, empresas productoras, gestores de teatros y festivales y asociaciones del sector se reunían con los responsables sanitarios para fijar el protocolo de seguridad, lo que hoy nos parece tan habitual: mascarilla todo el rato, buenos fregados con gel hidroalcóholico, toma de temperatura al acceder a un recinto, aforos reducidos, distancias con los vecinos del patio de butacas, renovación del aire, desinfección, ventilación, grupos burbuja -en la medida de lo posible- en los ensayos, pruebas diagnósticas cada tanto… y una responsabilidad y entrega a prueba de bombas entre el personal de las salas. Lógico, nos iba la vida en ello a todas.

El 6 de junio de 2020 la bailarina Paula Quintana se convertía en la primera en actuar en un teatro (el Guiniguada de Las Palmas de Gran Canaria) tras el confinamiento, ante tan solo 40 personas. Poco después, el 17 de junio, los Teatros del Canal abrían para que 227 espectadores (un tercio del aforo de la Sala Roja) disfrutaran con Israel Galván. A Blanca Li, la directora artística del recinto autonómico, se le ocurrió la brillante idea de colocar macetas y maniquíes en las butacas vacías para que la cosa no fuera tan fría. Yo volví al teatro el 22 de agosto y fue para ver en el Real Coliseo Carlos III de El Escorial la obra de la compañía Nao d’Amores Nise, la tragedia de Inés de Castro. Me tocó en un palco. A mitad de función me bajé la mascarilla por debajo de la nariz y en unos segundos salió de la oscuridad una acomodadora que me tocó el hombro y me indicó con un gesto que me colocara bien la mascarilla. Esto va en serio, pensé, no cabe relajación si queremos que el negocio siga adelante. No hemos estado dando la tabarra por tierra, mar y aire diciendo que la cultura es segura, que ir al teatro está exento de riesgo, para que ahora nos relajemos. No. Responsabilidad fue, es y seguirá siendo, me temo, la palabra. Responsabilidad de todas y todos, gestores, artistas, personal técnico y de sala y públicos. Si la cosa no funciona, que no sea por nosotros.

Blanca Li. Teatros del Canal

Blanca Li. Teatros del Canal

 

América, Europa y el surf

Desde aquel mes de junio, la actividad no se ha detenido. Teatros públicos y privados, salas de pequeño formato y festivales de diversa índole han mantenido sus escenarios activos con paréntesis en muchos casos obligados por la situación sanitaria de cada lugar. Los bolos se confirmaban, para bien o para mal, días antes de la actuación, aunque unas compañías tenían suerte con las giras y otras no tanto. Las que no volvieron fueron las grandes producciones musicales tipo El rey León, tan apegadas al turismo, porque esas estructuras son insostenibles tanto con un 33% como con un 70% de aforo; prefieren esperar, pese a que muchos trabajadores se mantienen en situación incierta. Es la razón por la que, por ejemplo, Broadway en Nueva York y el West End en Londres siguen cerrados un año después. Y supuso la puntilla para el Circo del Sol que, fruto de su crecimiento desmedido en los últimos años, se declarara en quiebra al tener que detener tan bruscamente toda su maquinaria mundial.

Broadway anunciaba su reapertura para este mes de mayo de 2021. Para su sindicato de actores, este año y pico de parón ha sido una situación “difícil pero responsable” y esperan que el gobierno federal confirme los subsidios prometidos del seguro médico, los beneficios al desempleo y la financiación para los trabajadores que no podrán retomar la actividad, porque algunas producciones no se retomarán. Más abajo, la tragedia se cebó con la bulliciosa escena independiente de Ciudad de México, que vio cómo se cerraban para siempre muchas salas y los artistas se quedaban absolutamente vendidos lamentando el escaso o nulo apoyo del gobierno. El pasado 1 de marzo se reabrían los cines y teatros al 20% de aforo. En Buenos Aires también se retomó la actividad teatral a principios de marzo. En Santiago de Chile volvieron un poco antes, pero a pesar de las medidas adoptadas y las cifras a la baja de contagios, hubo que lamentar la muerte de dos actores que representaban Orquesta de señoritas en el Teatro Oriente tras un brote en la compañía el pasado mes de abril.

Cruzando el charco, no salimos de nuestro asombro al ver lo que sucede en países tan vanguardistas en lo teatral como Francia, Alemania, Reino Unido, Bélgica o Italia. Conocedores de la realidad escénica de esos países aseguran que han podido permitirse este paréntesis tan largo porque las estructuras están sostenidas con solidez por las administraciones públicas. ¿Es así realmente? En Francia y en Alemania, los transportes, los centros de culto y los centros comerciales funcionan a pleno rendimiento y el teatro sigue cerrado, pese a que se han hecho grandes inversiones en higienizar los recintos. En Alemania, los trabajadores de los 142 teatros estatales están cubiertos, pero hay otros 199 teatros privados que no lo tienen tan claro. Francia abrió los teatros y cines tras el verano de 2020 pero tuvo que volver a cerrar en octubre con la segunda ola. Desde entonces, nada, la mayoría de los intermitentes lleva casi un año sin ingresar nada y ya 6 de cada 10 trabajadores de la cultura en paro no reciben ningún tipo de prestación. Así es como se ha llegado a la situación actual, con la llamativa acción que comenzó el 4 de abril con la okupación del Odeón de París, al que se sumaron otros 30 teatros, una okupación que la ministra de cultura francesa, Roselyne Bachelot, califica de “inútil y peligrosa”. Su gobierno ha prometido 50 millones de euros para los sectores escénicos (teatro, danza y música). No parece suficiente.

En Italia, por su parte, se está viviendo un contagio de la situación francesa y ya se han okupado teatros en Milán, Roma y Nápoles. La sociedad de gestión de derechos italiana cifra en un 72% la pérdida de ingresos para artistas. Los teatros y cines están cerrados también desde octubre y las restricciones son muy duras y los ánimos están caldeados. A partir del 26 de abril se permite la actividad cultural en las zonas amarillas del país, con una reducción de aforo del 50% en espacios cerrados y todas las medidas que conocemos. Estuvo a punto de implantarse un test previo para ir al teatro, pero se desestimó finalmente. Eso sí, hay que dejar los datos y las organizaciones culturales deben conservarlos 14 días. El gobierno italiano ha prometido una batería de ayudas de más de mil millones de euros para la cultura.

Uno de los emblemas turístico-culturales de Londres, el Globe Theatre, está al borde del cierre definitivo. En agosto de 2020 se alertaba de que casi medio millón de empleos desaparecerían en la industria creativa del Reino Unido, que tiene un modelo híbrido fuertemente vinculado al sector privado y al turismo. El gobierno anunció un paquete de medidas de 1,2 billones de libras esterlinas para el sector cultural y establecieron el 17 de mayo como fecha para la reapertura al 50% de los recintos. Como el ritmo de vacunación es óptimo, también se atreven a dar el 21 de junio como fecha para funcionar sin restricciones de ningún tipo.

Bélgica, Países Bajos, Austria, Suiza, Grecia y Portugal desde enero también permanecen sin actividad teatral abierta al público. La situación ha motivado que un puñado de gestores y artistas que dirigen estructuras escénicas eleven una carta al Parlamento Europeo reivindicando el lema Cultura segura que tan buen resultado ha tenido en España. De hecho, una de las impulsoras de la carta, junto Michael de Cock, director del Teatro Real de Flandes, es Carme Portaceli, actual directora del Teatre Nacional de Catalunya. También la firman, entre otros, Wajdi Mouawad, Milo Rau, Tiago Rodrigues, Fabrice Murgia o Alfredo Sanzol. “Pedimos poder contar historias, disfrutar y hacer disfrutar de la belleza, proporcionar consuelo y ayudar a crear perspectivas de futuro. Los protocolos existen. Tenemos la experiencia necesaria para hacerlos cumplir. No importa cuán difícil sea la situación, ya sean ataques, guerra o pandemia, estamos listos para trabajar de manera segura. No consideremos nunca como un hecho “normal” que los teatros estén cerrados: les pedimos que los vuelvan a abrir y nos dejen actuar de nuevo. Cuidaremos al público, como siempre lo hemos hecho. En estos tiempos difíciles en los que tanto ansiamos tener esperanza, coloreemos el mundo con la imaginación necesaria para sobrevivir y continuar siendo humanos”, concluye el manifiesto.

España como ejemplo a seguir, ahora que parece que nos hemos hecho expertos en surfear las sucesivas olas y repuntes víricos que han ido llegando. Claro que, probablemente, no nos podíamos permitir el lujo de detener la máquina tanto tiempo. Nuestra escena venía muy tocada de la crisis anterior y se empezaban a vislumbrar leves síntomas de recuperación en 2019, pero sus males endémicos seguían ahí, en la profundidad de sus raíces. ¿Parar hubiera sido un suicidio colectivo?

Ocupación de teatros en Francia

 

Un enfermo con una mala salud de hierro

Nos pongamos como nos pongamos, el resultado es inmejorable: no se han registrado brotes en los teatros españoles, exceptuando el caso de la producción Peter Grimes del Teatro Real. Contagios sí ha habido, rápidamente aislados, con cuarentenas obligadas que nos han privado durante algunos días de las representaciones, un mal menor. El ejercicio de 2020 se cerraba, según datos del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM) con un 84% de ocupación sobre los aforos ya previamente reducidos por imperativo sanitario y un evidente descenso tanto en la recaudación (siete millones y medio menos que en 2019) como en el número de espectadores (casi un 63% menos respecto al año anterior). Aun así, hubo una media de 5 espectáculos diarios y el programa PLATEA llevó 523 representaciones de 185 compañías a 61.500 espectadores en 142 ciudades. Más allá de las cifras, todos los gestores de espacios y artistas en activo estos meses coinciden en subrayar el hambre de teatro entre los ciudadanos y como se ha ido extendiendo la sensación de seguridad y pulcritud en la observación de los protocolos sanitarios. Sensación que se ha ido labrando, como dice Natalia Menéndez, directora del Teatro Español, “con paciencia y con teatro”, así de sencillo.

Una situación extrema contribuye a sacar a flote los renglones torcidos y las columnas carcomidas de una estructura. En Catalunya, dos de sus gestores culturales con mayor experiencia, Salvador Sunyer, director del Festival Temporada Alta de Girona, y Cesc Casadesus, director del Grec de Barcelona, coinciden en señalar la responsabilidad que asumían para con el sector y para con los ciudadanos al empeñarse, contra viento y marea, en llevar adelante sus eventos. La autonomía catalana contabilizó 36 millones de pérdidas en 2020 en el sector escénico. Temporada Alta, con un 30% menos de presupuesto y al 50% de su aforo, se vio afectado también por el cierre ordenado por la Generalitat en noviembre ante el repunte de la segunda ola. “Hay que repensar el modelo teatral del país -sostiene Sunyer. Necesitamos un sistema nuevo que ponga el énfasis en el mundo artístico y en la relación entre el mundo artístico y los ciudadanos. Menos pensar estructuras y edificios y más la relación entre cultura y educación. Si hemos sacado adelante esta edición del festival ha sido para salvar la precariedad de los artistas y darle al público una isla donde desconectar de la realidad diaria”. “Responsabilidad y adelante”, dijo Cesc Casadesus, abriendo camino al resto de festivales veraniegos, con un exhaustivo programa de auditorías higiénicas en los espacios y levantando en 3 días el cese de actividad decretado por el Ayuntamiento de Barcelona en julio de 2020 al convencerles, otra vez, de que la cultura era segura. “Fue el Grec de las emociones, cada estreno era como un acto político”, recuerda Casadesús.

En la Comunidad Valenciana el gobierno autonómico ha destinado cuatro millones de euros para la cultura en el Plan reaCtivem, con un importante monto para ayudar a pagar los alquileres de las salas. Con los aforos al 75%, se lleva un estricto control de los trabajadores de los teatros y los actores se hacen pruebas semanales, pero la facturación ha caído casi en un 70% en la capital valenciana. Otras comunidades han funcionado con interrupciones según las sucesivas regulaciones, se han ido adaptando los horarios a los toques de queda, se han adelantado funciones o, como en el caso del Teatro Central de Sevilla, se han pasado todas directamente a horario matutino. Su director, Manuel Llanes, asegura que desde que se cerró con el primer confinamiento, nadie devolvió su abono y trabajando al 75% de aforo han llenado todas las funciones y con lista de espera, una increíble respuesta del público que achaca al compromiso y exigencia radical con la seguridad sanitaria. Allí han llegado varias compañías europeas, PCR mediante, viviendo el oasis sevillano, ofreciendo estrenos mundiales como el de los belgas Peeping Tom, que tenían que estrenar en París pero no pudo ser. En esa isla de libertad que ha supuesto el Central para muchos artistas europeos, la gran coreógrafa belga Anne Teresa De Keersmaeker salió emocionada al final de su función de The Goldberg Variations para decir “gracias por dejarme actuar”.

“El teatro tiene un poder vertebrador, cohesionador de la sociedad, y esto que no es nada nuevo adquiere ahora un brillo especial”, comenta el dramaturgo José Manuel Mora, director de la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León, que retomó sus clases en septiembre apostando por la presencialidad total. Presencia y comunidad frente a los intentos de digitalizar la escena. Para abrir su Máster en Pensamiento y Creación Escénica Contemporánea se llevaron a sus alumnos a un convento de la localidad palentina de Paredes de Nava, con clases magistrales de Oliver Laxe y Angélica Liddell en un entorno cuidado al máximo. “El teatro y la gente que nos dedicamos al teatro, somos muy civilizados, por eso es uno de los espacios más seguros”, concluye Mora.

En noviembre de 2020, la asamblea autonómica de Extremadura aprobaba una novedosa Ley de Artes Escénicas que quiere posibilitar la puesta en marcha de otros modelos organizativos. “Concebir la vertebración del sistema escénico del territorio a través de edificios escénicos gestionados por los propios creadores, permite impulsar la creatividad crítica de los públicos que conforman el tejido social de nuestro territorio y la identidad de sus diferentes comarcas”, escribía al respecto el director y dramaturgo extremeño Agustín Iglesias en enero en el digital El salto. Una iniciativa esperanzadora para alejar el teatro y el arte en general de las lógicas neoliberales que nos acerca a modelos franceses y alemanes y que aflora en plena pandemia. Quizás es el camino a seguir para un sector que se ha visto arrastrado por las supuestas bondades capitalistas del emprendimiento, lo que ha traído mayor dependencia burocrática, peor gestión del tiempo (todo el tiempo es tiempo de trabajo, puro posfordismo) y precariedad sobre precariedad, lluvia sobre mojado.

Antes del coronavirus, en España había 4000 compañías de teatro y unas 850 de danza: ¿cuántas quedan? Habrá que esperar nuevos datos. En 2017, el 76% de las empresas culturales españolas (de diseño, creación artística y espectáculos) no tenían ningún trabajador asalariado: ¿cuántas habrán tenido que cerrar? El Covid ha traído la democratización definitiva de la incertidumbre. Nos damos por satisfechos -es un decir- al saber que el concurso del Festival de Mérida lo ha ganado Pentación. Sus competidores eran UTEs participadas por Clece y Eulen, empresas de servicios y limpieza. Jesús Cimarro siempre lo recuerda: la industria cultural supone en España el 3,2% del PIB y le genera a las arcas del Estado más de 40.000 millones de euros anuales. Sector estratégico lo llaman unos. Acto de resistencia lo llama la mayoría. Siendo el único país del mundo con los teatros abiertos, tenemos al 97% de los actores y bailarines sin ingresos, según datos de AISGE. Los tablaos, donde trabaja el 95% de las personas que se dedican profesionalmente al flamenco, no han abierto, siguen cerrados. Y el que no volverá a abrir nunca, como tal, es el Pavón Teatro Kamikaze.

Venga, no nos vayamos de bajona. El gobierno español aprobó el 12 de marzo un Real Decreto con más medidas de apoyo a la solvencia empresarial. La Wikipedia tiene ya una entrada titulada “Impacto en el teatro por la pandemia de COVID”. El programa Crónicas de TVE emitió el 14 de abril (¡Viva la República!) un reportaje titulado Cultura en alerta, y el tuit en el que Carlos Bardem pedía reflexionar a las autoridades sanitarias sobre la conveniencia de vacunar a los actores fue uno de los más troleados de la historia en plena campaña electoral en Madrid. Pero los franceses nos envidian, ese regusto final no nos lo quita nadie.

El Pavón Teatro Kamikaze ©Vanessa Rábade

El Pavón Teatro Kamikaze ©Vanessa Rábade