Un cuerpo para dos vidas

Artículo publicado en el número 3 de la Revista Dramática del Centro Dramático Nacional, publicada en Diciembre de 2021

 

UN CUERPO PARA DOS VIDAS. Experiencias de arte y embarazo: Rocío Molina, María Rodríguez Soto y Carolina África

 

De primeras, puedo decir: empezaré hablando de mí. Está en la línea de casi todos los artículos de este número. También podría decir: empezaré hablando de ti. Y aún así, estaría hablando de mí. Hablar de ti es hablar de mí. Puedo hacer autoficción y pactar con el lector que aquí puede discriminarse la verdad de la realidad y conjugarse con la mentira. Pero si digo, solo si digo, yo estuve embarazado o yo estuve muerto, la ambigüedad se va al garete. Yo no he podido estar embarazado ni muerto. Uno de los dos, es un límite insalvable, carne para la picadora de la ficción. Para el otro, basta con mirar enfrente y hablar de ti, mi compañera, la que retraté de manera compulsiva mientras alumbraba vida en su interior. Quise hacerte una foto a la semana, con el mismo encuadre, en la misma postura. Quise verte en blanco y negro bajo el sol de invierno que entraba por la claraboya. Mi relación artística con tu embarazo… por aportar algo. Luego la vida, única realidad posible, nos pasó por encima. La supervivencia desplazó al arte. Nunca fotografié la cicatriz de la cesárea. Pero ya basta de hablar de mí. Háblame de ti, artista y mujer, que un día dejaste a tu embarazo ser símbolo y signo escénico, habitar su legítimo destino poético.

 

“…soy un gran suceso. No tengo necesidad de pensar

o de prepararme. Lo que sucede en mí tendrá lugar de todos modos.”

Primera Voz.

“Tres mujeres”. Sylvia Plath

 

He pensado hacer una playlist de canciones compuestas por mujeres cuando estaban embarazadas. Me salen unas cuantas. La primera puede ser la sobrecogedora To Zion de Lauryn Hill, donde relata cómo, al quedarse embarazada, todo el mundo le decía que abortara, porque era una locura interrumpir su exitosa carrera musical. Como reza la letra, textualmente le decían: Lauryn, usa la cabeza, sé inteligente. Que cada cual saque sus propias conclusiones. Lauryn decidió -lo canta así- usar el corazón, y “now the joy… of my world… is in Zion!”. El disco que contiene esta canción, The miseducation of Lauryn Hill, sin duda uno de los mejores de la historia de la música popular, se publicó en 1998. Han pasado más de dos décadas y ya no es raro ver a cantantes de masas, como Shakira, Kate Perry o Natti Natasha lucir barriga con orgullo en sus conciertos. Pero cabe también la prevención, no sea que la voracidad fagocitadora del mercado convierta el embarazo en algo cool y lo aleje de lo que realmente significa. En esa arena movediza que se empantana entre lo de ganar visibilidad para el embarazo y todo lo que implica, y lo de maquillarse la panza para un reel de Instagram, nos asalta el peligro de la desnaturalización y la espectacularización (acrítica, como siempre) de este trance nunca sencillo que viven las mujeres que deciden ser madres, sea dedicándose al arte en cualquier de sus expresiones o sea en cualquier otro trabajo de mayor o menor consideración social. Así visto, convertido en un hecho público, un embarazo nunca es aséptico y, muy a menudo, su exposición puede contener trazas políticas. ¿Y autoficcionales?

 

“Cuando la vi por vez primera, 

esta pequeña hemorragia, no lo creí. 

Veía a los hombres andar a mi alrededor, en la oficina.

¡Estaban tan tranquilos!”

Segunda Voz.

“Tres mujeres”. Sylvia Plath

 

¿Una canción es una ficción? ¿Lo es un concierto? Cualquier cosa que salga a la luz producto de la imaginación, es una ficción. Y si el que imagina se coloca dentro de lo imaginado, pasa a ser un elemento (un personaje) de esa ficción. Ese “sí mismo” imaginado tiene la ambigua cualidad de combinar elementos reales y elementos ficticios, ensanchando los pactos de verdad de la autobiografía y los de mentira de la ficción pura (si es que esta existe). Cuando decidimos dedicar este tercer número de Dramática al controvertido concepto de la autoficción, quisimos ir más allá de las miradas canónicas y de los códigos establecidos para la literatura, el teatro o el cine de autoficción. Quisimos pensar la autoficción también desde la verdad del cuerpo, que, en lo escénico, siempre es un elemento de realidad inapelable. Elemento real al servicio de la ficción, su verdad ontológica adquiere potencias diversas cuando un intérprete lo pone al servicio de su propia creación. Y en el camino que va de la creación a la recepción, periódicamente se abren grietas que van más allá del mero acto de mirar sentados en un patio de butacas. Cuando el cuerpo está por medio en la representación artística, lo normal es que el resultado irradie en muchas direcciones y se genere un diálogo con el tiempo y con la Historia. No es lo mismo ver gente desnuda en una playa que verla en un teatro, no es lo mismo haber visto ambas cosas en 1960 en Estados Unidos que ese mismo año en España o ahora, en 2021, en Arabia Saudí. Lauryn Hill cantaba en 1998 que tuvo que pasar por encima de todo y de todos para llevar a término su embarazo y ahora las mujeres embarazadas cantan ante miles de personas. El embarazo en escena, real e inapelable, al servicio de la ficción imaginada de sí misma; o circunstancia que te hace otra de por sí y que, además, puede estar al servicio del relato imaginado por otros. ¿Una conquista? En ocasiones, la ficción es un boomerang, lo imaginado termina siendo posible en la realidad, apoyando la construcción de subjetividad. El embarazo en escena puede alejar el fantasma (y de paso el eufemismo) del sujeto mujer impedida por su estado de buena esperanza.

 

“No estaba lista.

Carecía de respeto.

Creía poder negar las consecuencias.

Pero ya era demasiado tarde.”

Tercera Voz.

“Tres mujeres”. Sylvia Plath

 

X+ CEREMONIA DE INVIERNO. Réplika Teatro ©Mikolaj Bielski

 

En mi experiencia como espectador, hay tres vivencias que recuerdo con gozo y que me dejaron una huella indeleble en la retina. He querido reunirlas en este artículo para fijarlas en la memoria colectiva y tienen en común un embarazo -real- que cobra protagonismo en el espacio de la ficción. Hablaré también del teatro de Carolina África, varias de cuyas obras tienen la maternidad y el embarazo en el centro de sus tramas. Hace tres años, en diciembre de 2018, asistí a un ritual escénico alegórico que quería celebrar la Navidad de otra forma. Fue en la recién inaugurada nueva sede de Réplika Teatro y se llamaba X+ [ceremonia de invierno]. Una de las actrices, la finlandesa Eeva Karoliina, aparecía en un momento dado completamente desnuda, evidenciando su avanzado estado de gestación. Se arrodilló despacio (en el suelo había agua) y purificó su cuerpo frente a un altar de heterodoxias, bañada por luces azules y rojas. Fue un momento de una belleza indescriptible. En los comentarios que se oían tras el suceso artístico, “qué preciosidad” y “qué valentía” se repetían con insistencia. Nos deslumbra la visión de una mujer embarazada en escena, pero no podemos dejar de anotar, por pudor propio o colectivo, que hay que armarse de valor para ser actriz y hacer eso. Sabemos que la relación de una mujer con su cuerpo durante el embarazo es cualquier cosa menos “normal” (si es que en algún momento uno tiene una relación normal con su cuerpo, si es que hay una normalidad estipulada en algún sitio). Tendemos a pensar que ese cuerpo de dos vidas que miramos es extremadamente frágil y que, incluso, puede estar en peligro. Y hasta puede que, por eso mismo, se deslice un cuestionamiento inconsciente de tal decisión. Ahí asoma el bicho machista: mujer, ¿qué necesidad tienes de…? Pero sí, es una preciosidad.

Ese mismo año, 2018, la bailaora Rocío Molina había ido un paso más allá. Su espectáculo Grito pelao fue directamente la crónica de un embarazo, el embarazo de una artista atípica dentro del canon flamenco, que había decidido tener un hijo sola, por inseminación. Una verdadera autoficción por y para el cuerpo, por y para una maternidad otra. “En mi trabajo siempre es así, establecer la vida y bailarla”, dice Rocío. En Grito Pelao bailaba embarazada y junto a su madre, que no es artista y nunca había comparecido en un escenario. La terna la completaba la cantante Silvia Pérez Cruz, que, entre otras canciones, puso música y voz al poema For a fatherless son (Para un hijo sin padre), de Sylvia Plath:

“Y no encuentro más cara que la mía, y a ti te parece divertido. 

Es bueno para mí

que me agarres la nariz, un peldaño de la escalera.

Un día puedes tocar lo que está mal. 

Las pequeñas calaveras, las colinas azules destrozadas, el silencio espantoso.

Hasta entonces, tus sonrisas son dinero encontrado.”

 

Grito pelao es una pieza que nació con fecha de caducidad voluntariamente, porque solo se iba a hacer mientras durara el embarazo de su creadora. “Lo curioso -reflexiona ahora, casi cuatro años después, la bailaora- es que es como si no hubiera sucedido. Todas mis obras están muy vividas, muy transitadas, muy pisadas, pero lo he hablado con mi madre y las dos tenemos la misma sensación, es como si no hubiera pasado, como un sueño o una película”. Donde más realidad hubo, más olvido. “Yo siempre necesito bailar mi vida, pero en Grito pelao fui más narcisista que nunca por pura necesidad, necesitaba bailar ese momento sobre todo para mí, porque me ayudaba a ir entendiendo la decisión que había tomado”. Doble decisión. La decisión de ser madre y serlo sola, “sola” entre comillas, porque una nunca está sola, son estas cositas patriarcales que tenemos tan implantadas, estos esquemas mentales tan difíciles de romper. Y la decisión de llevarlo a escena, de acompañar el alumbramiento con el baile. “Por lo general, la mujer embarazada tiende a esconderse, y lo entiendo después de haberlo vivido, pero en mi caso, yo necesitaba bailarlo, y menos mal que lo bailé, porque estuve un mes y medio parada durante el embarazo y me sentó peor. Pero entiendo cuando una mujer embarazada se cuida y se protege en su intimidad”. Esa hostilidad del mundo tan sutil (a veces no tanto) cuando se trata de las embarazadas. “Lo deseable es que cada mujer pueda elegir cómo llevar su embarazo, más escondido o más compartido hacia el exterior, y respetarlo”. Nadie sabe mejor que una misma.

 

GRITO PELAO, de Rocío Molina ©Lorenzo Carnero

GRITO PELAO, de Rocío Molina ©Lorenzo Carnero

 

La actriz barcelonesa María Rodríguez Soto empezó a rodar Los días que vendrán estando embarazada de cuatro meses. Al director y guionista de la película, Carlos Marques-Marcet, se le ocurrió que podrían aprovechar tan feliz acontecimiento para que tanto María, como su pareja, el también actor David Verdaguer, incorporaran el embarazo en una ficción cinematográfica que ellos mismos protagonizarían dando vida a unos personajes que nada tenían que ver con ellos. Pero si una actriz es una creadora, que lo es, en la ficción imaginada por el guionista introduce, como es el caso, un elemento de realidad propia tan incontestable como es un embarazo. Es la composición del personaje lo que se termina contagiando de autoficción, un contagio que entra de lleno en el filme cuando el personaje de Vir mira su propio nacimiento en un vídeo casero que conservan sus padres, que es el vídeo real del nacimiento real de María Rodríguez Soto. Incluso sus propios padres aparecen en la película. “David y yo teníamos claro desde el principio -cuenta la actriz- que no queríamos que aquello fuera un documental, queríamos alejarnos de nuestra decisión de ser padres y de nuestra identidad. Así que nos pusimos a trabajar con Carlos en improvisaciones, intentando encontrar juntos la historia y las características de los personajes. Yo me sentí muy libre sabiendo que no estaba hablando de mí, sino que era un personaje. Pero luego, cuando vi la película terminada, sobre todo me acuerdo en el Festival de Málaga, pensé: joder, cómo me he expuesto. No fue una mala impresión, pero me sorprendió mucho de mí misma. Ahora ya, con el tiempo, estoy muy contenta de tener ese documento”. Documento a la vez público y privado, escondida en el personaje pero obsequiando tu cuerpo y sus procesos a la mirada pública. Pudor, narcisismo, exhibicionismo son conceptos que acuden siempre al hablar de estas situaciones. Pero siempre hay líneas rojas: “David y yo teníamos muy claro que nuestro parto no se iba a rodar, que lo falsearíamos, y así lo hicimos, casi un año después de dar a luz. Era mi primer parto, no quería estar pendiente de otra cosa. Y además, no podría haber interpretado nada. En cambio, un año después, cuando lo rodamos, me vino todo mi parto a la cabeza y fue muy interesante para interpretar”.

 

Carolina África en MI CUENTO DE LA LECHERA

Carolina África en MI CUENTO DE LA LECHERA

 

La dramaturga, directora y actriz Carolina África dijo de su obra Otoño en abril: “no es únicamente la segunda parte de Verano en diciembre; es el resultado creativo de una nueva etapa de mi vida en la que he desnudado mi alma amparada por la ficción, y donde cualquier parecido con la realidad no es más que pura, hermosa o dolorosa coincidencia”. Cuando empezó a escribirla, Carolina estaba embarazada de su primer hijo, un embarazo en el que tuvo alguna complicación, y el personaje que escribió para interpretar ella lo acabó interpretando otra actriz, Beatriz Grimaldos, que lo hizo también embarazada, porque coincidió que, en el momento del estreno, años después de ser escrita, Carolina estaba embarazada de su segunda hija. “La obra habla en realidad de un posparto, donde se ha producido una preeclamsia, un momento muy peligroso que yo viví en mi primer embarazo, y revivirlo estando embarazada otra vez me parecía demasiado para la niña, por esta cosa que tiene el rito teatral de invocación. Bea (Beatriz Grimaldos) prestó su barriga al personaje y lo hace fenomenal, y la gente nos preguntaba si era una barriga de verdad. Como siempre pasa en el teatro, lo real resulta menos real que lo ficticio”.

Al poco de nacer su primer hijo, Sergio, Carolina lo introdujo también en escena en una pieza que escribió y protagonizó inspirada en el clásico cuento de la lechera. Titulado así, Mi cuento de la lechera, se trata de un monólogo en el que da de mamar al bebé y, cuando lo deja en el carrito, usa un extractor de leche mientras le da una vuelta al cuento: “a mí siempre me pareció un cuento muy perverso, porque yo estoy muy de acuerdo con la filosofía de vida de la lechera, así es como yo he hecho las cosas: compras los huevos, con los huevos esto, esto te lleva a lo otro… si se te rompe el cántaro, lo que hay que hacer es volver a por más leche y llevar más cuidado. Ese cuento te cercena el derecho a soñar e ir dando pasitos hacia tu deseo y rehacerte después de un tropezón”. Cuando iban de bolo, iban en familia. Su pareja, el también dramaturgo y director Julio Provencio, hacía las luces del espectáculo. En un momento dado, dejaba un efecto de luz fijo, bajaba al escenario, sacaba el carrito del bebé, le daba el bebé a una amiga que les acompañaba entre cajas y volvía a la cabina técnica. La dramaturgia paralela de la conciliación. “Es como incluir en mi profesión lo que me va sucediendo -remata Carolina. Ser madre, formar una familia, podría ir en detrimento de mi trabajo; un parón, me quedo en casa con los niños… pero me dedico a hacer ficción y a contar historias, y tener un hijo es toda una historia. Y sí, es algo también muy político, al final los actos cotidianos son los que nos definen políticamente, y yo ya estoy hasta el coño de ver gente muy de izquierdas que luego no paga los ensayos. Mi realidad pasaba por ser madre y decidí que mi hijo, igual que ahora mi hija, estarían incluidos en mi vida, en mi escritura, en mis viajes y en mis funciones”.

 

David Verdaguer y María Rodríguez Soto, protagonistas de 'Els dies que vindran'

David Verdaguer y María Rodríguez Soto, protagonistas de ‘Els dies que vindran’

 

Ficción y oxitocina. Una cosa es trabajar embarazada, que quien quiera y pueda lo hace y punto, se dedique a lo que se dedique. Pero elegir llevar tu embarazo al terreno de tu arte comporta una relación con el presente de difícil parangón. Rocío Molina asegura que si no se hubiera quedado embarazada, hubiera contado el no-embarazo. “El presente podía modificar los planes constantemente y había que aceptar de primeras que lo mismo tienes que dejar de bailar si hay alguna complicación. Pero todo fue saliendo bien, de forma milagrosa. Encima estaba con mi madre, que yo siempre he sido muy recelosa de compartir mis cosas con ella, y voy y la meto en todo el centro. Pero con ese festín de hormonas, el ambiente estaba claramente alterado, estábamos todos enamorados de la realidad que estábamos viviendo, y yo ya no sabía lo que era real y lo que no”. La experiencia obligó a la bailaora a dialogar de una forma nueva con su cuerpo en el propio día a día, pues el embarazo avanzaba y había que aprender a relacionarse con el cambio de peso, con la alteración hormonal, con la falta de oxígeno. “Lo principal era la paciencia, la aceptación del momento, no se puede forzar nada. Por eso esta coreografía tenía mucha más quietud, mucha más escucha que otras mías”. El cuerpo de Rocío Molina siempre ha sido parte fundamental de su discurso como artista, modelando el flamenco para su cuerpo no canónico y no al contrario. “No he vuelto a ser la misma después de dar a luz, mi cuerpo es otro después del embarazo”.

Tan importante en la vida de cualquier mujer que lo ha experimentado, el embarazo genera todavía no pocas controversias en distintos aspectos de su representabilidad, porque el arte pugna por representarlo en todas sus dimensiones contra otras fuentes (la publicidad sin ir más lejos) que lo objetivizan a favor de una visión que interesa solo al capitalismo heteropatriarcal. Contar el embarazo como lo cuentan Carlos Marques-Marcet, María Rodríguez Soto y David Verdaguer en Los días que vendrán es una forma de “desmitificar un poco el concepto de embarazo precioso en el que todo es una maravilla -cuenta la actriz. Eso lo teníamos bastante claro, sobre todo a nivel social, con lo que ocurre en el entorno laboral y lo que ocurre en pareja, con todo lo que empieza a construirse y lo que se destruye, los encuentros y los desencuentros”. En la película se cuelan referencias veladas -o no tanto- a la violencia obstétrica, por ejemplo, a cómo nos esclavizamos para según qué cosas, al papel del hombre en todo esto. “Yo hice esa peli de bajísimo presupuesto que luego fue muy bien, pero a mí se me cayó una obra de teatro por estar embarazada. Me dijeron: es mejor para ti, te tienes que cuidar. Pero qué me estás contando, déjame decidir a mí si puedo o no puedo trabajar. Pero no, al contrario, te generan esa angustia, podré trabajar o no podré trabajar, qué pasará luego, ¿soy mejor madre si trabajo o si no trabajo?”

Rocío Molina dice que igual para mucha gente su obra era demasiado empalagosa. No lo sé, los caminos del gusto son inextricables. A mí me sobrecogió. Igual que el último plano de Los días que vendrán, que es de una gran belleza. María/Vir da de mamar a la hija del personaje, que es la hija de la actriz, mientras escuchan todas a María Arnal y Marcel Bagés. La cósmica y lorquiana Tú que vienes a rondarme no es una canción sobre el embarazo, ni sobre la maternidad. No importa. Así nos vamos autoficcionando, haciendo nuestras las ficciones de otros.

 

“En los aposentos del universo

Estás tú que me esperas

Mi piel se llena de chispas

Que saben a flores y a lenguas”

María Arnal y Marcel Bagés