Crítica: El pequeño poni

Publicada en Time Out Madrid el 17 de septiembre de 2016
Visto en el Teatro Bellas Artes
Autor: Paco Bezerra
Dirección: Luis Luque
Intérpretes: María Adánez y Roberto Enríquez
 

En estos días de vuelta al cole y vídeos virales de chavales maltratándose, esta obra de Paco Bezerra adquiere una dimensión que la lleva a expandirse más allá de los muros del teatro en el que se representa. Pero es que ese es el sentido primero y último del teatro, el arte que mejor nos refleja. Sobre el escenario, presentes y conscientes, un padre y una madre despreocupados, imbuidos en sus rutinas y sus afectos cotidianos. Fuera de escena, el hijo, que a medida que corren los minutos adquiere una consistencia como personaje ausente fundamental, pues todo lo que ocurre, orbita a su alrededor. Y en medio de todo un objeto convertido en arcano mayor, en símbolo de un mundo y un tiempo, los nuestros, cuyos resortes se desdibujan en la fina arena de la incomprensión.

Ese objeto no es otro que una mochila escolar rosa con ponis y unicornios brillantes, un objeto que profesores y alumnos juzgan inadecuado para un niño de nueve años y por el que se desata una tormenta que arrasará con todo a su paso. Insignificante, ingenuo, imprevisible, el objeto servirá para poner sobre la mesa temas como la educación, la crianza, la maternidad, la paternidad, la relación de los niños con los niños, de los adultos con los niños, de los adultos con los adultos, la violencia reprimida que el instinto de protección hace aflorar, la ineptitud, los prejuicios sociales, la libertad, el miedo, la rabia, la inmadurez…

La pareja protagonista convence. Enríquez y Adánez, padre y madre, no son de una pieza, son controvertidos y contradictorios, se pelean y se aman, hablan y discuten, sopesan y razonan lo mismo que gritan y se emocionan, pero su relación evidencia la razón última del problema: que no miramos a los niños realmente, que no hacemos el esfuerzo verdadero de entrar en su mundo, de comprenderlos desde su altura, no nos dejamos imbuir por sus universos y entenderlos a veces se convierte en un mito de Sísifo. Todo esto lo vivimos desde la butaca a partir de un texto depurado, de una dirección certera, de una interpretación veraz y de un juego escénico emotivo. Un  conjunto que cuaja en un espectáculo teatral rotundo, nada efímero, que nos invita a tomar partido.