Crítica: Feelgood

Publicado en TimeOut Madrid el 25 de agosto de 2014

Siéntete bien. Disfruta de la vida. Despreocúpate. Feel good… Nada puede pasarnos, porque suena James Brown y todas NUESTRAS necesidades básicas están cubiertas. Hasta que dejan de estarlo. Entonces volvemos la mirada hacia aquellos que supuestamente deben velar por NUESTRA seguridad, esos representantes políticos que deberían trabajar para asegurar NUESTRO bienestar. ¿Quiénes son? ¿Son honestos? ¿Son reales? ¿Son NUESTROS? Es el hambre el que nos impulsa hacia la nevera. Es la crisis la que nos lleva hasta la cocina del poder, porque queremos saber qué se cuece. Se supone que están ahí para ayudarnos, pero… nada más lejos de la realidad. Nos sentimos estafados y pretendemos, legítimamente, la caída de todas las máscaras. El teatro, como el periodismo, puede ayudarnos. Y esta obra es idónea.

Escrita en 2001 por el autor británico Alistair Beaton (que trabajó escribiendo discursos para el último primer ministro laborista del Reino Unido, Gordon Brown), podría decirse que esta obra es producto de la crisis, en todos los sentidos. Primero por el tema que trata. El entorno más cercano al presidente del gobierno (no se dice de dónde ni a qué partido pertenece, pero pronto entenderemos que da lo mismo…) se encuentra con una patata muy caliente en pleno congreso nacional. Un escándalo mayúsculo amenaza en el horizonte. Podría apartarles del poder dos siglos y medio por lo menos, como dice con sorna el protagonista. El autor de los discursos del gran jefe (Javier Márquez), su director de comunicación (Fran Perea), su secretaria personal (Ainhoa Santamaría) y un ministro de su gabinete (Javi Coll) luchan por apagar el fuego intentando no quemarse. Y todo esto con un marcado tono de comedia, porque la risa no cesa en la hora y tres cuartos que dura la obra. Risa y estupefacción, porque el texto parece escrito anteayer. Risa e indignación. Se digiere bien, pero te deja un cierto poso…

Feelgood también es producto de la crisis porque supone la aventura de un grupo de profesionales de la escena que deciden no esperar llamadas y generar su propio trabajo. Los seis actores que vemos en escena hacen los cambios de decorado en los entreactos lo mismo que descargan la furgoneta. Y, además, actúan con convicción y gran energía. La obra lo requiere, desde luego, porque tiene un ritmo frenético y porque hay que cuidar que no se desborde. En lo cómico destacan Javi Coll y Jorge Usón (que encarna a un guionista de chiste fácil). Enfrente, un Fran Perea que hace malabares con la tensión, las luchas internas de poder, la amistad y el cinismo. Probablemente, su mejor trabajo sobre las tablas hasta ahora. A Manuela Velasco le toca chupar el caramelo envenenado y en ese dilema entre escupirlo y tragarlo, le vemos los entresijos al personaje. Ainhoa Santamaría y Javier Márquez componen dos tipos de sumisión no tanto al poder sino al miedo de sí mismos fuera de la zona de confort que habitan. En definitiva, una obra que tiene más fondo del que aparenta, capas que conviene rascar cuando a uno se le pasa ese gustoso dolor abdominal que dejan las buenas carcajadas.