Crítica: Tiempo de silencio

Publicada en Time Out Madrid el 1 de mayo de 2018
Vista en el Teatro de La Abadía
Autor: Luis Martín-Santos
Director: Rafael Sánchez
Dramaturgia: Eberhard Petschinka
Intérpretes: Sergio Adillo, Lola Casamayor, Julio Cortázar, Roberto Mori, Lidia Otón, Fernando Soto y Carmen Valverde.

 

Los que tengan en torno a 40 años, o algunos más, recordarán que ‘Tiempo de silencio’ es esa novela que nos teníamos que leer obligatoriamente en el instituto pero de la que hasta los propios profesores decían que podíamos saltarnos muchas páginas porque era muy difícil de seguir. A mediados de los 80 se estrenó la adaptación cinematográfica, firmada por Vicente Aranda (que nos ayudó a enterarnos mejor de la historia) y en 2018 ha tenido lugar la primera adaptación teatral de una novela que revolucionó la literatura española de la época franquista. Nuestro ‘Ulyses’ de Joyce, sin duda.

Así pues, la expectativa era grande, sobre todo sabiendo que el director de la tentativa producida por La Abadía es un perfecto desconocido aquí, un joven suizo que se llama Rafael Sánchez, hijo y nieto de emigrados españoles, que, ya lo podemos decir, ha superado la prueba con creces. Eso sí, no se puede negar el carácter alemán del montaje, despojado, de ritmo poco latino, por decirlo así, a pesar de que los actores son de aquí.

Un ejercicio puramente teatral perfectamente acondicionado con una iluminación fantástica (obra de Carlos Marquerie), una ambientación sonora muy pertinente en todo momento (firmada por Nilo Gallego) y un diseño espacial donde destaca el gran telón que imita una de esas paredes medianeras que queda plagada de huellas del pasado cuando un edificio cae abajo y deja en su lugar un solar habitado por la memoria. En este espacio se desarrollan todos los episodios de una historia que va de un laboratorio donde un científico investiga el cáncer en ratones hasta las chabolas del extrarradio madrileño de posguerra, pasando por burdeles y otros lugares no menos sórdidos.

La versión conserva gran parte de la carga literaria de la novela y los actores se desempeñan con mucho oficio en su doble condición de narradores y personajes. Todos hacen varios, excepto en el caso del protagonista, al que da vida todo el tiempo un Sergio Adillo rico en matices. Pero su trabajo no sería posible sin sus compañeros en escena, que solo con voz y cuerpo ejecutan con solvencia la partitura dramática que ha cuajado Rafael Sánchez. Hay escenas de gran belleza y hasta las más crudas no se recrean en la emotividad fácil. Al final, entendemos que aquella historia de soledades e injusticias en la España gris de los años 50 no está tan lejos de nuestro mundo actual. Sorprendente y preocupantemente cercana.