Crítica: Who is me. Pasolini

Publicada en Time Out Madrid el 10 de marzo de 2018
Vista en los Teatros del Canal
Autor: Pier Paolo Pasolini
Dramaturgia y dirección: Àlex Rigola
Intérprete: Gonzalo Cunill

 

No nos engañemos, no hay tanta gente que pueda entender a fondo y disfrutar de la esencia pasoliniana. Digo “no hay tanta gente” pensando en las masas que se agolpan en estadios de fútbol o en pabellones o en conciertos multitudinarios o en las gradas de piedra del teatro romano de Mérida en verano para ver a los actores de la tele. Pasolini es una celebridad entre una minoría, es un diamante capaz de cortar cuellos, un perfume capaz de matar de belleza; por eso hay que guardar su esencia en frasco pequeño y dejársela oler de a poco a unos pocos. Y así está pensado este montaje de Rigola: un actor y 30 espectadores dentro de una caja de unos 20 o 25 metros cuadrados, de las que se usan para transportar obras de arte.

La experiencia, ames o no a Pasolini, es vívida e inolvidable. De pronto, el mundo ahí afuera quizás se ha parado y dentro de la caja fluye la poesía como agua de un manantial nuevo y fresco, impoluta. El propio director da la bienvenida y luego se diluye, en cuanto nos concentramos en el actor que encarna, vestido con la indumentaria de la selección italiana de fútbol y golpeando el esférico contra la madera, al intelectual que disfrutaba chutando el balón con los ragazzi en los campos de tierra de las afueras de Roma. Gonzalo Cunill habla tranquilo y pausado, dejando que la palabra nazca al decirla, con la intención justa acompañando los versos, sin aspavientos ni cambios abruptos de ritmo. Esto no es teatro, es un poema hecho carne.

Ese poema se encontró entre los papeles de Pasolini después de ser asesinado, en 1975. Está inacabado y se ha editado con el nombre de ‘Poeta de las cenizas’. En él hace un repaso de su vida hasta los 44 años, que son los que tiene cuando lo escribe, y avanza lo que quiere hacer en lo sucesivo. Dicen que se lo cuenta a un supuesto crítico de cine norteamericano en una visita a Nueva York. Poco importa, aquí Cunill/Pasolini nos lo cuenta a nosotros, a un palmo de nuestra cara, apoyándose en algunas músicas que él mismo pone en un ordenador portátil y algunas imágenes que se proyectan sobre una pared de la caja. Es como alimentarse de poesía encerrados en un búnker mientras afuera el mundo se desploma.