Crítica: Yo, Feuerbach

Publicada en Time Out Madrid el 14 de octubre de 2016
Visto en el Teatro de La Abadía
Autor: Tankred Dorst
Director: Antonio Simón
Intérpretes: Pedro Casablanc y Samuel Viyuela

Recital de Pedro Casablanc. La crítica podría acabar aquí. Sin embargo, vale la pena escudriñar un poco más este sencillo montaje, consagrado al lucimiento del actor en una obra que habla de actores en horas bajas. Puede sonar muy endogámico, pero es perfectamente alegórico. Habla, sí, de actores a los que, usando ese tópico cruel, se les ha podido pasar el arroz (aunque eso, viendo los últimos trabajos, por ejemplo, de Nuria Espert o de Julia Gutiérrez Caba, es ciertamente aleatorio).

Pero sobre todo habla de segundas oportunidades y del valor de la experiencia. Eso, en contextos capitalistas que elevan los valores de la juventud a los altares (más fácilmente manipulables, efímeros y mutantes), significa dejar de lado a los que más saben, porque los que más saben son más críticos y lo que necesita el capitalismo es gente complaciente, no gente crítica. Aquí está expuesto de forma sencilla, en la confrontación de un actor mayor, de experiencia y calidad probadas, enfrentado a un joven ayudante de dirección, más pendiente del whatsapp que de sacar alguna lección del pobre hombre que tiene delante.

Esta situación se inscribe en un compás de espera. El actor espera al gran director/dios (que quizás le observe desde una altura invisible) para hacer una prueba, siete años después de su última actuación. Y en esa espera nos zambullimos, de la mano de Casablanc, en un personaje que va dejando aflorar toda su complejidad desde la contención inicial hasta la deshibición total, en un viaje tierno, loco y patético en el que, me parece, el actor se ha quedado demasiado solo, por poner un pero.

No parece que ni el director de la obra (Antonio Simón) ni el compañero de reparto (Samuel Viyuela), tengan más papel que el de mero acompañamiento, cuando todavía podría tener mayor relieve todo (parece difícil) si el joven ayudante accediera a los planos en igualdad de condiciones que Feuerbach y no orbitándole y entrando en su atmósfera a ratos y de forma abrupta. En cualquier caso, es un mal menor, porque el público se siente atravesado por la historia y el despliegue actoral de Casablanc, y el aplauso es intenso, caluroso y lleno de admiración. No es para menos. Es, de verdad, un auténtico recital.