Bárbara Bañuelos

Entrevista publicada en el programa de mano de Hacer noche en su estreno en Madrid, en Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, en mayo de 2022

 

Se confiesa formada, deformada y transformada entre Burgos, Madrid, Londres y Nueva York, compaginando una práctica escénica que llega con Hacer noche a su cuarta manifestación, con proyectos musicales paralelos (Ju y Elephant Pit). Las piezas de Bárbara Bañuelos arrancan siempre desde la pregunta y la intuición, empujándose a una travesía personal en la que transita hacia un yo expandido, de lo particular a lo universal, partiendo de su propio cuerpo como archivo vivo, desde lo físico, lo emocional, lo psíquico y lo intelectual. Esa corporalidad, en escena, ha encontrado un lenguaje propio que ella misma define como neutralidad narrativa, un lugar que evita el juicio, flexible y poliédrico, y que está íntimamente relacionado con objetos y documentos que guardan memorias y atizan imaginaciones. Cada pieza suya es, de algún modo, hija de la anterior. En Hacer noche, comparte escenario y conversación con Carles Albert Gasulla.

 

¿Quién es Carles Albert Gasulla, cómo y por qué se produce vuestro encuentro?

En mi pieza anterior, Mi padre no era un famoso escritor ruso, entré en contacto con la realidad de las personas que se relacionan con el sufrimiento mental, pero en un contexto personal, a raíz del cual me empiezo a plantear preguntas más comunitarias, porque yo desconozco la realidad más allá de mi propia experiencia familiar. Mi investigación me lleva hasta Radio Nikosia, una asociación en primera persona, que es algo que me interesó mucho, porque son las propias personas que se relacionan con el sufrimiento mental las que autogestionan la asociación, su forma de hacer me resonaba y me atraía, por ser un lugar más humano, de escucha, de personalidades e identidades más flexibles. Me invitaron a participar en sus asambleas y me tomé un año con ellos para conocer y entender cuáles son sus tiempos y poder acompañar las narrativas y encontrar lugares desde donde compartir. Cada lunes hacen sus asambleas y los miércoles hacen un programa de radio en el que abordan muy diversas temáticas. En esas asambleas estaba Carles, que forma parte de la asociación, y cuando le escuchaba me quedaba fascinada, porque tiene una erudición apabullante (es licenciado en filología alemana y habla 5 idiomas), pero claro, su cuerpo a mí me daba otra información. Me quedaba pegada a ese contraste, a ese prejuicio mío, y al final le pregunté si quería compartir conmigo su historia.

 

¿Por qué Viaje al fin de la noche, la novela de Louis-Ferdinand Cèline, es tan importante en esta pieza?

Porque es el libro favorito de Carles. Carles lee muchísimo, de todo, literatura, ensayo, pensamiento… En una de nuestras conversaciones le pregunté que cuál era el libro más importante de su vida y me dijo que era este, Viaje al fin de la noche. Yo no lo había leído y me puse a leerlo. Es complejo, no sé si llegué a entenderlo del todo, pero vi que había conexiones intuitivas: la noche, la oscuridad… porque Carles trabajaba como vigilante de un parking en el turno de noche. Luego la novela atraviesa varios bloques temáticos que tienen que ver con la locura, el precariado laboral, la guerra, la relación entre Estados Unidos y Europa, temas que si analizáramos la locura contemporánea, la locura global, son los que enseguida nos interpelan. Estábamos todo el rato reflexionando sobre personas que se relacionan con el sufrimiento mental, pero a veces no vemos que hay una locura mayor de la que todas formamos parte.

 

En tus piezas anteriores estabas sola y la relación con el público era frontal. En este caso has decidido compartir el escenario con otra persona y disponer el público alrededor, en círculo. ¿Por qué?

Fue a mitad de proceso más o menos cuando descubrimos que esto iba a ser un diálogo y ahí decidimos que el público nos tenía que rodear. Además usamos, como guiño a mi pieza anterior, las mismas sillas, porque allí, aunque al final daba la palabra al público, me quedé con las ganas de abrir realmente un coloquio y colocar las sillas en círculo para conversar. Por otro lado, en ese diálogo está la necesidad de compartir el relato en primera persona de ese otro, no tanto por la necesidad de dialogar con una persona que sufra el estigma en primera persona, que también, sino al mismo tiempo propiciar una reflexión sobre la locura contemporánea global a partir del relato de personas relacionadas con el sufrimiento mental, que su diagnóstico sobre la locura de todos también se oiga. Ese sumatorio de necesidades compactan la propuesta. Y el público tiene que estar cerca porque esto nos involucra a todos, todos nos relacionamos con el sufrimiento mental de diferentes maneras, en distintos niveles, con casuísticas y particularidades diversas, pero todos estamos ahí… somos esa multitud íntima que nos reunimos en la tranquilidad de la noche para escucharnos.

 

En esa intimidad se intenta -has dicho- “desgranar y cuestionar al colono que llevamos dentro”. ¿Quién es ese colono?

Tiene que ver con lo que dice Franz Fanon sobre el colonialismo como negación sistemática del otro, como imposición que le quita cualquier atisbo de humanidad, que es algo muy violento. Yo descubrí en este proceso que tenía comportamientos que ejercían violencia sobre Carles, porque pensarle como una persona con diagnóstico es establecer, aunque sea inconscientemente, una relación de poder, como pensar que por tener diagnóstico no tiene capacidades intelectuales. Al poco de conocerle, yo le imaginaba como una especie de diógenes conceptual, me imaginaba su casa llena de libros, cajas, montones… y luego, nada que ver. Eso me puso de relieve la tendencia que tenemos a construir fantasías sobre otros. Esas fantasías son responsabilidad nuestra, las construyo yo, y no somos conscientes a veces de la violencia que se ejerce a través de ellas. Sobre ellas se construyen ideologías que se sostienen por micropoderes que se sostienen a su vez por pequeñas acciones, discursos, lenguajes cotidianos… da igual si hablamos con personas que tienen un estigma por salud mental o si es un refugiado o la vecina del tercero izquierda, al final esas fantasías alimentan un imaginario colectivo que se perpetúa en el tiempo. Debemos poner más atención ahí, intentar deconstruir esas fantasías mirando qué acciones colonialistas están haciendo que se ejerzan violencias sobre los cuerpos de otro, y no solo se trata de acciones violentas agresivas, físicas, sino de privar por ejemplo a alguien de una cierta capacidad o de la posibilidad de ser deseado.

 

La trascendencia de una pieza así, ¿va más allá de lo meramente artístico?

En la medida en la que somos capaces de compartir ciertas experiencias íntimas, que no se suelen compartir en los espacios públicos, las sacamos de los espacios terapéuticos y permitimos dejar de asociarlas a la enfermedad, al dolor, la culpa y la vergüenza, porque eso es lo que hace que una voz y un cuerpo se aíslen y desaparezcan. Remedios Zafra habla de cómo transformar la vulnerabilidad individual en una fortaleza comunitaria, y con este tipo de conversación yo busco esa transformación. La pieza es eso: más allá del sufrimiento mental, está la necesidad de que las comunidades o las minorías o las culturas o las personas que sufren un estigma, sea el que sea, tengan permanencia en el tiempo, que no desaparezcan, que puedan autorrelatarse en tiempo presente, porque así ponen las semillas para el futuro de su comunidad, su sociedad, su cultura.