“Es terrible, pero no me doy cuenta de que soy mayor. No noto el paso del tiempo, aunque soy muy consciente de que pasa”
Publicada en Revista Godot en marzo de 2015
Hace casi 20 años, cuando todavía era un estudiante de periodismo en busca de un camino, vivía en Malasaña y pasaba a menudo frente al Teatro Lara. Una de esas tardes tontas en las que, en vez de estar metido entre libros preparando los exámenes de fin de curso, paseaba con una amiga por el barrio, después del preceptivo paso por el Palentino nos dio un venazo y dijimos: oye, ¿y si nos vamos al teatro? Yo creo que antes de aquella tarde, había entrado a un teatro tantas veces como dedos tiene una mano, o menos. Pero a mí me llamó poderosamente la atención aquel cartel, aquel título, aquella actriz: Tengamos el sexo en paz, de Darío Fo y Franca Rame, un monólogo interpretado por Charo López. Charo López… Charo López es uno de esos nombres que suenan a garantía, a que sea lo que sea lo que suceda en el escenario, si está Charo López va a ser una experiencia inolvidable. En la taquilla nos dijeron que no quedaban butacas de patio, sólo había sitio en el escenario… ¿en el escenario? Sí, se han dispuesto dos filas de butacas a cada lado de la actriz, sobre el escenario. Miré a mi amiga. Esas entradas eran más caras y nosotros estudiantes, una de Andújar, el otro de Alicante, acostumbrados a estirar las monedas como chicles eternos. Pero si ya has obedecido al impulso, para qué te vas a echar atrás. Deme esas entradas en el escenario y que sea lo que dios quiera. Y dios, o sea, el teatro, dispuso aquella tarde que mi camino, el que no había encontrado todavía, iba a tener mucho que ver con este arte tan viejo como el hombre, este arte de contarle historias a la gente con la magia de la palabra y la viveza de los ojos, los ojos de Charo López.
Y ahora, Charo, haces Ojos de agua. Así que, imagínate, me hace una ilusión especial entrevistarte, porque yo me dedico al periodismo teatral gracias a ti. Aquella tarde de hace 20 años en el Lara para mí fue como una epifanía…
Qué bien, qué bonito, muchas gracias. Fíjate que el otro día, saliendo de hacer Ojos de agua, se me acercó una señora que me dijo: ¿no te acuerdas de mí? Y yo, pues no. Y me dice: yo te vi hace 15 años en Tengamos el sexo en paz y me senté arriba y tú me saludaste y me diste un beso.
Jajajaja… como para acordarte de todos los que pasaron por allí, que te pasaste años haciendo aquella función. Y ahora vuelves con otro monólogo…
Es un reto muy grande, podría decir que es otra obra más en mi carrera, pero no, no, no. Yo hice aquel monólogo tan importante para mí, Tengamos el sexo en paz, que me puso en un sitio muy bueno con respecto a la profesión, que tuve unas críticas de locura, pero era un monólogo completamente diferente a este, planteado desde otros supuestos, se basaba fundamentalmente en las andanzas de Franca Rame, la mujer de Dario Fo, con las que Dario disfrutaba a veces, Franca se ofrecía, la dialéctica de pareja era fabulosa… pero aquí es distinto. Aquí hay pasajes de La Ceslestina, tal cual son, y yo tengo la suerte de interpretar unas frases de Melibea, otras de Calixto, otras de Sempronio… pero luego el entorno, lo que rodea a ese texto extraordinariamente bello de la Celestina, es otro no menos bello que es el que escribe el autor sobre un mundo paralelo a la Celestina, imaginario, de lo que suponemos que era el personaje de Celestina, y eso es muy rico y me divierte mucho y creo que a las mujeres de mi generación, bueno y a las chicas jóvenes, les chifla la obra.
¿Y por qué crees que ocurre, qué es lo que conecta tanto con ellas?
Se habla de la juventud, de una mujer que hace el amor, que es feliz, que está enamorada de la vida, que su misión es la de hacer de alcahueta… baila el texto entre la Celestina y otra mujer que no sabemos quién es pero que habla en nombre de Celestina. Habla del aborto, del dinero, de cómo vivía, que eso es Celestina pura, cuando dice los oficios que tenía… Yo creo que interesa porque es muy cercano todo lo que cuento, pero al mismo tiempo estamos contando cosas que Fernando de Rojas pone en boca de Celestina.
Se dice en el texto del dossier de prensa que esta Celestina lleva una vida del lado de las brujas…
Si tenemos en cuenta que se decía que Celestina era una bruja y que habla del hechizo, pues sí, y habla también del mundo y de la vida, del amor y del sexo, de la felicidad y de la belleza, y de la vejez, habla desde el punto de vista de una bruja, de una alcahueta, pero no hablamos de una bruja en el sentido de esas que hacían exorcismos. En realidad, la Inquisición se cargaba a las mujeres que no comulgaban con el orden establecido.
También es una forma de reivindicar la libertad de la mujer…
Por supuesto, ni el autor ni yo, ni el director ni nadie, hacemos homenaje al hechizo, a la brujería, porque no es sólo eso Celestina. Celestina es mucho más. La brujería era una forma de vivir, porque dice en un momento el personaje: “he hecho de mi labor mi vida, como las arañas, las avispas, las monjas y las putas”. Celestina se dedica a lo que se dedica, pero en esa época si querían ser mujeres libres e independientes, tenían que hacer algo así… ser bruja era como un éxito comercial.
En ese sentido de hacer de la labor de uno su vida, ¿las actrices sois también un poco brujas?
No sé… no sé lo que somos las actrices… puntos suspensivos… jajajaja
Bueno, en todos los años que llevas de carrera te ha dado tiempo a vivir distintas formas de relación entre el trabajo del actor y la sociedad, que no siempre ha sido muy cordial…
Sí, antes éramos vagos y maleantes y ahora nos llaman titiriteros. De alguna forma, la sociedad bienpensante siempre ha tenido prejuicios con nuestra profesión, con los actores y las actrices, nosotras somos putas y ellos maricones, eso se ha dicho y se seguirá diciendo toda la vida. Pero a parte del “mundo bienpensante y de orden”, todo entre comillas, por supuesto, está el mundo que crece, el mundo joven, la gente progresista, las mujeres y los hombres feministas de mi generación, que saben que hay otro tipo de mujeres.
Apelando también a tu experiencia, ¿notas que el teatro esté cambiando mucho o haya cambiado con respecto a hace 20 o 30 años, en la forma de hacerlo, de enseñarlo?
No tanto. Antes había unos actores descomunales, por ejemplo Bódalo, por decirte uno grandísimo y no darte toda la lista de los que considero absolutamente geniales de aquella época. Y ahora hay otra lista de actores maravillosos, Javier Bardem, Banderas, Imanol Arias, Pepe Sacristán… Y entre una época y otra ha habido actores maravillosos igual. No creo que el ser buen actor vaya con una época. Con la época van los textos que se eligen, la represión da motivos… porque el teatro siempre ha puesto voz a la represión, al mundo que nos denigra, al que intenta atar en corto a la sociedad. En ese sentido, el teatro ha sido siempre maravilloso, pero es la fea de la cultura, ni ha escandalizado, ni escandaliza ni escandalizará, porque es minoritario. Y te hablo en un momento en el que los teatros están llenos, y aún así no tienen la repercusión de la televisión, por ejemplo, ni el cine.
A parte de eso, estamos en un momento muy de monólogos, ¿no?
Bueno, eso es cosa del momento también, creo. Desde que yo hice Tengamos el sexo en paz me han propuesto varios monólogos, pero la vida viene como viene.
Pero nos da la oportunidad de ver a grandes actores y actrices como tú, como Luppi, Beatriz Carvajal, Rellán, Nuria Espert… ¿Como actor es el mayor reto al que os enfrentáis?
Bueno, es muy delirante lo que pasa en un monólogo; cuando gustas, parece como que te valoran más, y hacen bien en pensar que es más complejo. Yo echo de menos la complicidad con mis compañeros, el salir a escena con el calor humano enorme que te da un compañero. Hay muchas cosas que pongo en la balanza de la nostalgia, pero llegará, volveré a hacer una comedia con otra gente. Pero ahora estoy sola y tiene también ventajas, porque te trazas un personaje y lo vas haciendo y te vas metiendo y de pronto dices dios mío si esto se está acabando… porque nadie interrumpe tu discurso, la progresión dramática, el ardor interior no se puede cortar porque no estás pendiente más que de un personaje que tienes que hacer y de retener, entretener y cautivar al público.
¿Qué tal la experiencia con esos ronlaleros, con Yayo Cáceres y Álvaro Tato?
Muy bien, fantástica. Es verdad que en la forma de entender ciertas cosas se nota que hay un salto en el tiempo muy grande, pero básicamente hay una batuta estupenda, la de Yayo Cáceres, y un autor, Álvaro Tato, que tiene un conocimiento exhaustivo de nuestros clásicos y sólo hay que ver el Quijote que han hecho… Lo he pasado muy bien ensayando y ahora haciendo la función. De vez en cuando viene el director y nos da notas, porque aunque hago un monólogo y no hablo con nadie, no estoy sola en el escenario, hay un músico que se llama Antonio Trapote y tengo un actor que se llama Fran García… son tan tiernos y acaban de entrar en la profesión, llevan meses, ni un año. Aunque no intervengan en el discurso, están allí, y yo les quiero con toda mi alma.
¿Qué es lo que más te está gustando de meterte en la piel de Celestina?
La curva que hace Celestina, que empieza recordando cuando era joven, cuando era feliz, cuando le gustaba hacer el amor, cuando se enamoraban de ella, cuando todo el mundo la quería, cómo vivía la vida… y va por un arco de luz y llega al centro y empieza el descenso, hacia el final. Y con el final llega otro texto maravilloso de Celestina en el que… bueno, no te lo voy a contar.
No, no, ya iremos a verlo. No sé si se puede establecer algún tipo de paralelismo entre el personaje y la actriz, que uno va creciendo, va cumpliendo años y llega un momento en el que uno se hace mayor… ¿cómo lo llevas tú?
Pues es terrible, pero no me doy cuenta de que soy mayor. Salvo que estés enfermo, si no te pasa nada, es verdad esa frase hecha de que llevamos un niño dentro. Yo lo llevo desde luego, llevo una niña. Yo no me considero mayor, no tengo ningún límite, me los pongo yo, pero el cuerpo me pide que siga adelante, no tengo carencias, lo paso bien, soy muy activa. En este monólogo, que es una barbaridad de duro, yo salgo muy arriba, con la adrenalina por las nubes. No noto el paso del tiempo, pero soy muy consciente de que pasa, ¿eh? Ojo…
Yo tengo la sensación de que el instrumento vuestro, el del actor, se va afinando con la edad, con la experiencia…
Bueno, sí, pero la decadencia llega, es irremediable, la decadencia física, la pérdida de los amigos, la proximidad de eso horrible que no se puede ni nombrar, pero es que tiene que llegarnos, a todos. Y la verdad, no lo sé si se va afinando la herramienta, porque yo cuando salgo a escena me tiemblan siempre las piernas y hasta que no dices las 2 o 3 primeras frases, me quiero matar por dedicarme a este oficio. Luego no, luego empiezo a entrar en calor, a pasarlo bien y ya me voy relajando.
Oye, muchas gracias…
¿Ya? Pero qué entrevista más corta, ¿no?
Bueno, si quieres añadir alguna otra cosa…
No, es broma, estoy encantada, con tu entrevista y con la obra. Ya hemos hecho algunas funciones y estamos muy contentos. A la gente le gusta mucho y creo que se consigue lo que se propone el autor, que es acercar el teatro clásico al público y también acercar el público al teatro clásico. Creo que se ha creado una enorme armonía en ese sentido, la gente se interesa por el tema, les inquieta… las mujeres se me acercan y me dicen: qué bonita es la historia de Celestina y digo claro, es preciosa, y muy importante, tanto que hay 4000 salidas bibliográficas sobre La Celestina. En fin… yo estoy muy contenta.