Entrevista: Federico Luppi

“Si hay conciencia de que la vida no puede estar manejada por los mercados, seguramente seremos un poco más adultos y menos borregos”

Publicada en Revista Godot el 10 de febrero de 2015

Este mes cumple 79. Es uno de los grandes. Gran talento, gran sabiduría, gran amabilidad. Oírlo al otro lado del teléfono y recibir un torrente de fotogramas en la mente es todo uno… Un lugar en el mundoMartín (Hache)Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muertoÉxtasis… Habla con una seguridad rotunda, caracter indómito. Viene a Madrid a interpretar a un tremendo hijoputa, que no deja de ser una persona y un personaje apetitoso, para hacer y para ver, el general de la Dictadura Argentina que ordenó quemar el Teatro Picadero en 1981.

La última vez que tuve la suerte y el privilegio de hablar con usted fue con motivo del estreno en Madrid de El guía del Hermitage, de Herbert Morote, en el Teatro Bellas Artes. ¿Ha vuelto a hacer teatro en Madrid desde entonces?
En Madrid no, en Buenos Aires sí.

Y han pasado 6 o 7 años desde entonces…
7 años seguro

¿Y cómo encuentra la situación teatral actual tanto aquí como en Buenos Aires?
Bueno, veo todo lo que puedo e intento estar al tanto a través de la prensa o la televisión, y luego algunas compañías españoles que van para Buenos Aires y hacen allá sus representaciones. Es verdad que Buenos Aires es una plaza de enorme trascendencia y hay una suerte de profusión de teatro en todos los niveles, seguramente porque está la tradición de que el actor argentino no intenta depender del cine o de la tv y se dedica al teatro todo lo que pueda, aún con una silla y una lamparilla.

Bueno, aquí en Madrid y en España llevamos unos años en los que muchos actores están “volviendo” al teatro…
Sí, yo todos los días sigo muy angustiosamente el tema político y económico y evidentemente todo conspira para que el teatro no florezca como debería.

¿Qué tiene que tener un personaje teatral para que usted se decida a encarnarlo?

Que sea reconocidamente como humano, abjuro de los personajes monstruosos, ditirámbicos, exagerados, supradimensionados, porque en definitiva, transitan una línea muy cercana a la incredulidad, y se parecen más a fantasías infantiles que a conceptos adultos de la vida. Así como no me gusta el mundo rosa, planteado en términos literarios o creativos, tampoco me gusta la exageración, esto que es tan común en las películas americanas que aparece un nazi y es un monstruo tan tan tremendo que uno al final termina por no creerlo. Mientras tengan dimensión humana, y tengan la condición de persona reconocible como próxima a nosotros.

Bueno, en este caso, en El reportaje, usted da vida a un general de la dictadura argentina, que a priori podríamos calificar como monstruoso. Es una persona que está encarcelada por su supuesta participación en los sucesos del 81, el incendio del Teatro Picadero, y un periodista le entrevista. ¿Qué es lo que quiere averiguar exactamente el reportero, qué relación se establece entre ambos, sobre qué se quiere arrojar luz en esta obra?

Tengo la sensación de que en general lo que la gente intenta desde el punto de vista de la difusión es agotar el asombro de cómo esta gente ha existido, cómo esta gente hizo lo que hizo, porque lo increíble, lo monstruoso, lo aberrante de todo esto es que esos individuos pertenecían a un país que les pagaba uniformes, sueldos y vida y usaban todo eso justamente para denostar y castigar oprobiosamente a sus propios habitantes. Una de las cosas más llamativas desde el punto de vista de la represión de estos individuos, es que así como los nazis con su metodología tan estricta dejaban anotada cada cosa que hacían, estos individuos inventaron perversamente lo que se llamó el desaparecido, o sea nadie, o sea un individuo carente de existencia previa, un no humano, un individuo que no tenía una existencia reconocible en ninguna parte del mundo. Y estos individuos fueron nuestros compañeros, amigos, en la escuela seguramente, hemos a lo mejor compartido un partido de fútbol, o hemos estado juntos en un teatro viendo una función, o compartiendo la grada de un estadio. Estos individuos aparentemente normales, que tenían todas las posibilidades reales y concretas de cumplir institucionalmente con la ley, eran sencillamente feroces, animales, carentes de todo tipo de ética, y que aun hoy a muchísima gente le sigue llamando la atención cómo es posible que se comportasen de tal manera, cómo es posible que un individuo de 30 o 40 años, con familia, hijos, nietos, padres, abuelos, se ensañara con una mujer embarazada por ejemplo, o se le ocurriera arrojar gente al mar. Sigue siendo una suerte de interrogante bastante oprobioso. Y sobre todo llama la atención casi como el misterio de las grandes obras del mundo gótico, cómo esa gente pudo existir y hacer lo que hizo.

Supongo entonces que para interpretar este personaje se ha hecho muchas preguntas de este tipo incluso para encarnar ese tipo de personas, me imagino que usted como persona está muy lejos de ese pensamiento y de esa forma de obrar, tan salvaje, pero en este caso se tiene que meter en la piel de un personaje al que muy probablemente odia en algún punto de su interior… debe ser muy complicado, ¿no?

Muy complicado, sí, pero fíjese, desde que yo tengo uso de razón, no creo que haga mucho tiempo de esto, desde que era adolescente, he vivido permanentemente bajo la célula de los militares en la Argentina, cada 2 o 3 años soportaba como individuo golpes militares, y toda la posibilidad cotidiana de vivir democráticamente se arrojaba a la basura. ¿Por qué? Bueno, porque cada uno de ellos tenía, en facciones políticas diferentes, su manera de hacer negocios y de obedecer fundamentalmente al departamento de Estado.

¿En el 81 usted estaba en Buenos Aires?

Sí, sí estaba.

¿Y participó del fenómeno del Teatro Abierto, aquella iniciativa de resistencia llevada a cabo por un grupo de profesionales de la escena en el Teatro Picadero, que es lo que ocasionó que lo mandaran incendiar?

No, porque en ese momento, cuando comienza el Teatro Abierto, yo fui a hacer un trabajo a Perú, y me quedé allí casi 20 días, pero tuve que lamentablemente asistir como espectador asombrado y absorto a la quema del teatro unas pocas semanas después.

Me imagino que debió ser terrible aquello. Por un lado, la decisión de llevar a cabo el Teatro Abierto, enfrentarse a ese aparato militar represor desde la cultura, y luego, claro, la respuesta del aparato, no por esperada, menos terrible…

Sí, mire, en realidad lo que demostró la quema del Picadero, la quemazón del teatro, fue algo así como la metáfora definitiva de lo que son los militares. Había una viejísima frase atribuida a Goebbels, la repite todo el mundo: “cada vez que escucho la palabra cultura llevo la mano al revolver”. Esta gente era eso. La cultura le sacaba eccemas en los dedos, plumas en la cara.

En la situación actual en España, con el gobierno que tenemos, obviamente no tiene nada que ver con una dictadura militar, pero sí hay un ataque evidente, fiscal, económico, impositivo, a la cultura…

Yo lo tengo muy claro, pero no porque lo sepa más que nadie, sino sencillamente porque lo he vivido. En todo el mundo, y singularmente en Europa, hay una corriente derechizante absolutamente terrible. No solamente los casos de Marie Le Pen o de un montón de dirigentes ahora del mundo nórdico, sino sencillamente el mundo que ellos quieren es un mundo que puedan manejar desde el punto de vista gerencial, no quieren un presidente, quieren un gerente. No quieren un presidente del Banco Central, quieren un botones. Entonces, la condición derechista, en lugar de asumirla con la guerra o los golpes militares, ahora lo hacen a través de la coacción económica. Usted puede pagar, vive; no puede pagar, muérase.

Bueno, estamos viviendo también un repunte de las izquierdas, hoy tenemos las elecciones en Grecia con toda la esperanza puesta en Syriza, y aquí tenemos el fenómeno de Podemos que supone una oleada de esperanza

Absolutamente esperanzador. Nosotros estamos todos muy ansiosos, angustiados inclusive por la deriva de esta aparición de Podemos y de lo que está pasando en Grecia, no solamente por lo que puedan suponer de reverdecimiento de cierto sentido democrático de la existencia, sino porque creo, ojalá, lo deseo, la gente tome definitivamente conciencia de que la vida no puede estar manejada por los mercados. Si hay conciencia de eso seguramente seremos un poquitín más adultos y menos borregos. Es difícil, ¿eh? Muy difícil.

Sí, bueno, solamente hay que ver cómo todo el aparato neoliberal carga contra las democracias latinoamericanas o contra estos brotes en Europa…

En América Latina hay una embestida de la derecha absolutamente brutal, por decir lo menos. Han aparecido los más oscuros sentidos de la peor política del mundo. Pero es algo con lo que tenemos que convivir y crear las condiciones para que la gente no pierda conciencia.

Volviendo a la obra, a El reportaje, ¿escénicamente es más un teatro de palabra que de acción, a juzgar por lo que pone en pie?

La acción está determinada por todo lo que se comenta y se dice y ahí una, me parece a mí, no quiero tampoco adelantarme, hay un enorme clima de intensidad dramática que está determinado por el comportamiento de este individuo.

Por curiosidad, y para terminar, ¿hay algún personaje que le gustaría hacer en el teatro antes de dejarlo?

Muchos, muchísimos, muchos que no pude hacer porque no me animé, otros porque se me fue el tiempo y otros seguramente dependerá de la oportunidad que me dé la vida. Y hay algunos personajes de mi edad que seguramente podría encarar, pero no sé si estoy tan seguro de poder hacerlos bien.

Bueno, como admirador suyo que soy, un Rey Lear ahora, por ejemplo… ¿lo haría?

Sí, claro, ha sido mi sueño toda la vida, desde que era joven ya me sentía viejo para Lear.

No le he preguntado por el autor de El reportaje, Santiago Varela…

El autor es un periodista argentina de muchísima data, muchos años trabajando inclusive para importantes personajes de televisión. Es un agudo observador, de un enorme humor, y además conoce bien la política argentina, la ha seguido paso a paso y tiene una aguda percepción de lo real.

El Teatro Picadero se reabrió hace un par de años, ¿no?

Exactamente, y justamente este trabajo, El reportaje, se hizo para conmemorar la reapertura del Teatro Picadero desde que fuera quemado.

Una muy feliz noticia que, aunque hayan tenido que pasar 30 años, se reabra un teatro…

La reapertura de un teatro siempre me hace acordar un poco a los nacimientos tribales, cuando todo el mundo se pone contento porque apareció un chico nuevo.

Federico Luppi