ANTONIO Y CLEOPATRA

Programa de mano para Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, publicado en junio de 2021

 

ANTONIO Y CLEOPATRA. Tiago Rodrigues & Sofia Dias y Vítor Roriz

Foto: ©Magda Bizarro

 

Destilación. Reducción. Síntesis. Antonio y Cleopatra, la original, fue una obra faraónica -nunca mejor dicho- de 37 personajes, con la que Shakespeare remató su “teoría” del amor, dándole reverso a Romeo y Julieta con una tragedia extraída de las Vidas paralelas de Plutarco. Marco Antonio tiene la misión de acaudillar el lado oriental del Imperio Romano, pero la reina de Egipto quiere preservar la independencia de su pueblo y va al encuentro del general, un encuentro que inaugura un amor que dura 10 años o, si se prefiere, toda la eternidad. Ahora llega el director portugués Tiago Rodrigues (actualmente al frente del Teatro Nacional D. Maria II de Lisboa) a contarnos esta historia encomendándola a la sencillez y la deja en un convite, que no combate, de dos personajes (¿para qué más?, podríamos argüir a juzgar por el título de la pieza). Además, estos dos personajes, los protagonistas, los interpretan dos bailarines y coreógrafos, Sofia Dias y Vítor Roriz, que son pareja fuera de la ficción.

Estrenada con gran repercusión en la edición de 2015 del Festival de Avignon, la pieza se agarra al movimiento y la respiración de los intérpretes para acercarnos el nudo trágico de esta relación que es, a un tiempo, íntima y política, pública y privada, sagrada y profana. Desde los albores de nuestra era -la acción se sitúa en el año 40 a.C.-, entra en el presente convulso que vivimos a través de los cuerpos, conformándose como un poema cosmogónico que demanda una mirada del espectador certera, una mirada constitutiva y constituyente, porque esa mirada es demiúrgica, capaz de crear la ilusión del teatro y, por tanto, deviene en creadora misma de la pieza. Espacio austero para mirar esa danza de “amantes maduros, nada ingenuos”, en palabras de Rodrigues, “que no entienden todavía los mecanismos del amor. Lejos de esa pureza primera de Romeo y Julieta, aquí hay dos personas que lo han vivido todo, que conocen el gobierno y el poder, que han gobernado, mentido y manipulado, son cínicos y crueles, y están apostando a todo o nada. Ahí surge una forma radical de amor”.

De la historia a la literatura, pasando por el cine, la pieza no elude la herencia de la monumental película de Mankiewicz con la inmortal pareja Elizabeth Taylor y Richard Burton, una transmisión marcada por la erosión del tiempo y el lenguaje que condenan la memoria a lo incompleto. Frente al público, una sobria instalación que apela a los colores y los sonidos de la arena y el mar, una suerte de plató en el que los dos intérpretes entran para completar una partitura gestual y vocal que boceta a los personajes más que interpretarlos. Los textos y los gestos llegan como olas a esta orilla del tiempo y luego se retiran, y vuelven con la cadencia de lo eterno, como el amor arriba a los ojos del amante. De nuevo la dualidad imperante en el escenario, donde conviven la guerra y la paz, el sexo y la política, la razón y el sentimiento, la tragedia y la comedia. Un arte desnudo frente al frenesí del exceso, un lenguaje escénico preciso que libera al teatro del yugo de sus reglas y convenciones.

“¿Qué es una escena?” Se pregunta Tiago Rodrigues: “Es el presente de los actores en el momento de la representación que es en sí mismo el único presente de los personajes. Esta palabra, presente, es un gran lugar para interpretar el papel. Es la del escenario, la de la historia, la de la distancia entre Antonio y Cleopatra, entre los actores y sus personajes. Es el espacio entre Oriente y Occidente, entre Roma y Alejandría. Presente también es una palabra motivadora. Cuando alguien entra en el presente, se involucra. Pensar el presente como una idea está íntimamente ligado al hecho de saber por qué estamos juntos esta noche en el teatro”. Esta noche los amantes somos también los espectadores y la escena, el que mira y lo que se mira. En realidad, no hay nada más cercano al origen del teatro. Ese amor es complejo. Todo amor verdadero lo es, lejos de los preceptos del romanticismo edulcorado de las publicidades, viejo truco para vaciarnos los bolsillos.

Destilación. Reducción. Síntesis. En el teatro de Tiago Rodrigues la esencia, como en el arte del perfume, es la meta final. Desde la esencia conquistada se hace imperiosamente fácil crear en libertad. “En las grandes historias -afirma el director portugués- no es lo que estás buscando, es el cómo”. El cómo de esta tragedia destilada, atravesada por nueve canciones y al servicio del juego entre los actores/bailarines, desemboca en un diálogo sensible y sensual, un arte-facto que respira por sí mismo. “Lo que propongo es romper con la ilusión y la fe para ir a la raíz del teatro”. Al final se genera un espacio transgresor porque es un espacio de encuentro libre y presente radical que evidencia a su vez lo difícil que es generar estos encuentros -estos amores- en nuestras sociedades productivistas, individualistas, solucionistas. Antonio y Cleopatra existen indisociables en nuestro cerebro colectivo, un par indivisible que hizo el amor y la política con la misma intensidad. Como escribió un periodista portugués, esta pieza es “un momento raro de diálogo entre dos artistas que rescatan la obra de los peligros de un teatro artificial y le devuelven un soplo de utopía apasionada”.