Familie

Programa de mano para Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, publicado en abril de 2022

 

FAMILIE. Milo Rau

 

En la ciudad costera de Calais, al norte de Francia, casi en la frontera con Bélgica, vivía una familia normal, los Demeester, conformada por René, el padre y Marie, la madre, ambos de 55 años, y dos hijos: Oliver, de 30, y Angélique, de 27 años. Una noche, a finales del verano de 2007, se ahorcaron los cuatro juntos de una viga de la casa. Los encontró un primo que, preocupado, entró en la casa y fue el primer testigo de aquel horror. Todo el mundo que decía conocer a los Demeester coincidía en una cosa: aquello era inexplicable. Tan inexplicable como la nota que dejaron: “Lo hemos estropeado, lo sentimos”. Milo Rau, dramaturgo, director, cineasta y periodista suizo, asegura, tirando de experiencia propia (él vive con su pareja y sus dos hijas), que en la familia se encuentra “algo que no se encuentra en ningún otro sitio, una especie de patria, quizás incluso un sentido”. Por eso, ponerse frente a un misterioso sinsentido como la muerte colectiva de una familia “normal” le llevó a crear para la escena esta pieza.

Familie no es solo una obra sobre la familia. Es la familia como unidad mínima de relación entre seres humanos, es la familia tradicional frente a tipos de relación familiar diversos, es la familia occidental de clase media, la familia europea de hoy, la idea de una vida ordenada y mínimamente estable en nuestro mundo, una idea en entredicho con la guerra llamando a la puerta, a pesar de que la obra se estrenó a principios de 2020; lo que parecen hechos aislados acaban revelándose síntomas de un movimiento tectónico en los cimientos culturales de nuestro tiempo. La familia y el suicidio colectivo, como si de una pequeña secta se tratara. ¿No podríamos considerar cada unidad familiar como una mini secta? Al menos esas familias donde todo es perfecto, fluye el amor y el apoyo mutuo, la escucha y la empatía, la solidaridad y la capacidad de perdón. ¿Es real? El teatro sabe, desde que existe, desde que empezó relatando las vicisitudes de la familia real tebana, que la familia siempre es un polvorín.

Pero esto no es una tragedia griega. Ni siquiera es una tragedia localizada, sino el reflejo de la tragedia total de un mundo que se ve abocado a su extinción. ¿No es un suicidio colectivo lo que estamos perpetrando entre todos? Milo Rau ha elegido a otra familia para encarnar a los protagonistas de esta historia: la familia Peeters-Miller. Filip Peeters y An Miller son dos actores belgas que gozan de cierta notoriedad y prestigio dentro de la profesión, trabajan en teatro y televisión, viajan mucho y no tienen el tiempo que quisieran para estar con sus dos hijas adolescentes, que van a un buen colegio. Por vez primera actúan juntos en una obra, una obra que no pretende velar su realidad, sino que la pone en juego para hablar de otra realidad pasada que termina funcionando como símbolo en el espacio de ficción que es el teatro. También esto es un reflejo de la actual crisis de la verdad. Porque es verdad que esta es una familia prototípica que, sin embargo, como la de los Demeester, podría acabar suicidándose en grupo sin motivo aparente. ¿O no?

“La familia Peeters-Miller -comenta Milo Rau- es realmente típica de la clase media en la Europa occidental actual, viven exactamente con las mismas contradicciones que todos nosotros, tienen dos coches y una casa grande, consumen demasiado, viajan sin parar, viven a costa de las generaciones futuras y, por supuesto, a costa del tercer mundo. Se aman, pero a menudo no pueden expresar su amor como les gustaría. Las niñas se hacen todas las preguntas que inevitablemente se hacen los adolescentes: ¿quiero vivir como lo hacen mis padres? ¿Qué debo hacer con mi vida? ¿Por qué estamos vivos?” Los padres, realmente, son el pasado. Y la obra pone el foco sobre las hijas, tan llenas de dudas y de confianza al mismo tiempo, como le pasa a toda la gente a esa edad, que viven y piensan como si fueran los primeros y los últimos. Sin saber nombrarlo, una intuición los alinea con el sentir general del tiempo presente: hemos metido la pata como especie. “La familia Peeters-Miller es la familia ideal para presentar este suicidio metafísico de la civilización occidental. Si esta familia, con sus pequeños problemas -una familia que en realidad está muy satisfecha- pudiera suicidarse, todo el mundo debería suicidarse”, remata el creador suizo.

Después de trabajar en Mosul (donde hizo Orestes con actores irakíes) y en el Amazonas brasileño (donde escenificó Antígona con activistas indígenas), y después de rodar una película sobre la pasión de Cristo en el sur de Italia donde trabajó con refugiados, Milo Rau tenía la necesidad ética de trabajar sobre la otra cara de estas realidades tan difíciles, y esa cara oscura no es otra que la forma de vida de este primer mundo privilegiado, que se sustenta sobre aquellas tragedias lejanas, en una relación, si no de causa efecto, al menos de efecto mariposa. Tú haces aquí la compra online, que te llega a casa con vehículos contaminantes, con más plástico que comida. Y en otro punto del planeta están sufriendo las consecuencias de este derroche inmoral. He ahí la implicación política de esta obra teatral, una propuesta que, por otro lado, es bastante radical en lo formal. Cuenta Milo Rau que quería recuperar el espíritu de un género que arranca a principios de los años 70 del pasado siglo con la obra Wunschkonzert de Franz Xaver Kroetz, un género centrado en personas deprimidas que se terminan suicidando. En Familie vemos a una familia comiendo, duchándose, aprendiendo inglés, viendo películas… Hablan de cosas cotidianas, llaman por teléfono, escuchan música… “En cierto sentido -dice Rau- es Esperando a Godot, pero sin las bufonadas existenciales ni los elevados vuelos filosóficos: todo se desarrolla en la banalidad de la clase media de nuestro tiempo. Lo que nos interesaba era retratar este zeitgeist nihilista, melancólico, incluso suicida, de forma casi etnológica, en una jaula de cristal”.