Imitation of life

Texto escrito para el programa de mano de esta obra, que se iba a representar en los Teatros del Canal en marzo de 2020. Canceladas las funciones por la llegada de la COVID-19, finalmente se pudo ver en el Teatro Valle-Inclán los días 20 y 21 de noviembre de 2021. 


 

Si nos ponemos aristotélicos, podremos afirmar que el hombre y la mujer aprenden por imitación y que se convierten en artistas cuando, además de imitar, son capaces de subvertir la imitación, transgredirla, resituar lo imitado y llevarlo a un nuevo lugar que aportará el placer a la contemplación. Esta obra se llama Imitación de la vida no por casualidad. Ese principio está implícito en la función y llega al extremo de representar cómo la imitación se sublima en el arte hasta darle la vuelta a la vida para mirarla desde nuevos ángulos. A mitad de función el espectador entiende de qué hablo.

Se da una situación curiosa cuando el arte imita a la vida: es incapaz –voluntaria o involuntariamente- de imitar su tiempo, el tiempo de la vida, el cronológico. El tiempo del arte es más bien kairótico, si se me permite el palabro, es decir, es el tiempo adecuado, el oportuno, el necesario para contar lo que se quiere contar (nada que ver con el Apple Watch ese). Es un tiempo sagrado (por algo el concepto kairós se aplica en teología cristiana al tiempo de dios), pero es un tiempo que como ningún otro puede ponernos en contacto con nuestra relación con el devenir y con cuál es la relación sensible que establecemos con el tiempo cotidianamente. Ahora que el tiempo –como los datos- es petróleo, tomar consciencia de nuestro lugar en ese gran pentagrama se nos antoja la gran tarea de nuestro tiempo, valga la redundancia.

El tiempo también tiene que ver con la recepción de la realidad o de aquellos estímulos que nos hacen conformar en nuestro interior la realidad. Esta obra de la compañía húngara Proton comienza con una mujer hablando, pero la vemos pantalla mediante (¿pantalla=dios?). Adivinamos un interior humilde, recreado de forma hiperrealista. Ella, desaliñada, cansada, se llama Lorinc Ruszó, es viuda, de etnia romaní, madre de István Ruszó, y responde a las preguntas de alguien que no vemos y que le está informando de su desalojo forzado inminente. Cuando la proyección deje paso a la acción teatral, la de los cuerpos presentes, las pantallas seguirán ahí. Una imitación de la vida ya no puede obviar las pantallas, más nos vale amigarnos.

Imitation of Life ProtonTheatre_IOL_6 © Marcell Rév

A parte de eso, el director de Proton Theatre y de esta obra, Kornél Mundruczó, es también cineasta (tiene en Netflix la estupenda Fragmentos de una mujer), y eso se nota en el tratamiento de las imágenes, preludio que favorece la creación de prejuicios en la conciencia del espectador. Parece ser que se inspiró en un crimen violento que realmente ocurrió en Budapest en 2015 para abordar una cuestión que le inquietaba: ¿escogemos nuestro destino o nuestras vidas están predestinadas? Para reflexionar sobre esto utiliza, por un lado, la historia de un niño que crece en una familia gitana, un niño que crece y se tiñe el pelo y que no se quiere parecer a ellos y que huye. El rechazo de sus orígenes pesa sobre su infancia. Tratará de desarrollar una nueva vida en el anonimato de la ciudad, pero nunca terminará de encontrar su lugar. El odio a sí mismo impide su integración social y lo empuja a cometer un acto criminal. De otro lado está la historia de ese señor, Mihály, que visita a Lorinc para “informarle” de que tiene que dejar su casa, aunque un cambio inesperado obstaculiza su plan y, en toda su crueldad, el individuo se ve obligado a examinar su conciencia. Recordemos aquí, solo como dato, que en Hungría la extrema derecha campa a sus anchas y que el primer ministro, Viktor Orbán, es campeón en disfrazar la xenofobia y el racismo con eufemismos de política urgente y falsamente utilitarista.

Aún hay una historia más, y con ella unos personajes más (Veronika y su pequeño hijo Jonás), los que llegan con sus tiempos, sus vidas, sus conciencias al lugar donde hasta hace unos minutos habitaban otros tiempos, otras vidas, otras conciencias, un lugar que ha quedado, literalmente, patas arriba, un lugar donde lo telúrico entra en juego al cruzar las energías salientes con las entrantes, haciendo de esta pequeña colisión un fenómeno teatral cargado de tensiones y significados. Tiempos narrativos perturbados y cortocircuitos entre realidad y realismo que nos colocan frente a una mirada terriblemente lúcida sobre las contradicciones de la sociedad húngara actual y, por extensión, de cualquier sociedad occidental contemporánea, porque las formas de discriminación, lejos de reducirse, son cada vez más numerosas y están cada vez más extendidas.

Mundruczó maneja con maestría esta maquinaria escénica estratificada para capturar al público; lo que tenemos enfrente nos hipnotiza pero no dejan de posarse en nuestro intelecto las dimensiones filosófica, social, artística, física o política que tiene todo lo que acontece sobre el escenario. Pese a la distancia que el propio dispositivo escénico podría generar, la vida imitada en escena salpica fuera en no pocas ocasiones, literalmente, uniendo el “nosotros” y el “ellos” bajo un mismo área de influencia. Se socavan ahí los márgenes de la ficción. La vida naufraga a partir de la imitación, en el sentido de que se abre a infinitos abismos en los que trazar caminos igualmente infinitos. La propia noticia real que despierta el impulso creativo que termina en este montaje, está llena de ambigüedades, falsificaciones e inventos. Rabiosa actualidad. Los hechos reales se cargan de ficción para ser contados porque la información es mercancía y hay que captar la atención. Y entretanto, las ficciones se cargan de realidad para enseñarnos como mana la sangre de la herida humana. Esta ficción nos llega desde el corazón de Europa, desde Hungría, un país que ha levantado vallas para contener a los solicitantes de asilo. Pero lo que nos enseña esta obra es de menor escala, tiene los contornos netamente definidos, aunque no le falta ni un ápice de la complejidad que caracteriza las relaciones sociales. Dos mujeres, un hombre, un joven y un niño, un tiempo y un espacio hiperrealistas, supuestamente, y la vida del revés. Una cierta mirada que enfrenta la nuestra y solicita nuestro juicio. Tómense el tiempo que necesiten, pero no miren el reloj.