Por el aire, desde el fuego

Programa de mano para Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, publicado en febrero de 2021

 

POR EL AIRE, DESDE EL FUEGO. Emilio Rivas

Que el planeta está en crisis no es solo un hecho filomenológico, si se me permite el chiste. El planeta se queja, tanto que su potencia sagrada nos ha obligado a ponernos en cuarentena desde hace un año. Así es como hemos empezado a prestarle oídos y atención -todavía lejos de lo que necesita- a la Naturaleza. Hay gente, mucha gente, que la mira de pronto con ojos renovados y gestos cuidadosos. Y hay mucha otra gente que le añade una inédita o reencontrada sacralidad al asunto, hasta el punto de sentir que los árboles, las piedras, los ríos y las montañas le revelan la divinidad que andaba buscando. Porque de divinidad se trata, de esa instancia superior insustantivable que hace y deshace a su antojo frente a seres humanos atónitos, unos asustados y hasta espantados, otros ávidos de encontrar una paz y una salud para sus días repetidos en serie de homo consumista. Emilio Rivas, ser humano y creador escénico, puede estar cabalgando este tránsito y lo quiere explorar y compartir a través del medio artístico que conoce y ama.

El medio que conoce y ama es el espacio sagrado del teatro, que se ve sacudido de repente por el temblor natural pandémico y lo vuelve todo más complicado. Sacar adelante un proceso creativo en estos tiempos puede ser calificado como heroico, pero eso sería romantizar en exceso lo que no es más que un trabajo artístico cuyo desarrollo normal, ya de por sí costoso, aporta a su entorno una posibilidad tanto para el gozo como para el aprendizaje y para la reflexión crítica. Nada más y nada menos. En esta tesitura de contingencias comunes globales, ni siquiera el soporte público puede asegurar la llegada a buen puerto, pero al menos que no se sienta el artista caminando por el alambre sin red salvavidas debajo. Emilio Rivas llega a este estreno con red, sí, pero eso no le salva de tener que poner por delante el teatro, su trabajo, como una cuestión de fe. Y es así como, en el escenario, se van a reunir la sacralidad de la Naturaleza y la sacralidad del arte, del teatro. Mantener una para conquistar la otra, o viceversa.

Vaya por delante que esta pieza no nace ni en ni de la pandemia y que las ganas de mirar un horizonte sin ladrillo las iba sintiendo Rivas ya desde hace tiempo. Lo que pasa es que la vida se ha alterado desde marzo de 2020 y todo se contamina, para mal y para bien. La pieza, como él mismo defiende, “va de los humanos decepcionados de dios y de la propia idea de dios, humanos que se buscan otros dioses que pueden ser inventados o dioses que se alejan de la idea tradicional de dios. Es la búsqueda de un eje espiritual más fuerte para su vida, en definitiva. Esos humanos decepcionados llenan su espiritualidad a veces de manera radical con cosas que ellos mismos buscan: este va a ser mi nuevo dios y le voy a entregar mi manera de estar en el mundo porque creo en ello. A mí me ha pasado algo muy fuerte con la Naturaleza. Creo que no soy el único, afortunadamente. Cada vez siento con más fuerza la Naturaleza, siento una empatía mayor con cosas que no me interesaron en otro tiempo y que incluso banalicé. También es cierto que en los inicios de cualquier tipo de espiritualidad hay una parte ridícula y eso también va a estar”. Reírse de nosotros mismos es saludable, dicen. Al menos rebaja la solemnidad, sin perder un ápice de trascendentalidad. Porque sí, el planeta está enfermo y nos va la vida en ello, pero hay muchos comeflores por ahí que bien valen un alarde cómico momentáneo.

Sí, hay algo sano en mirarse en el espejo del ridículo, del propio y del ajeno, y la tragicomedia no es solo el género dramático legado a la Historia por la península ibérica, sino la tónica general de un mundo del revés narrado a base de memes. Si Emilio Rivas ya le hacía ojitos a la madre Naturaleza, luego un “hachazo inmobiliario”, como él mismo lo define, lo empujó definitivamente hacia ella. “La ciudad es cada vez más hostil, cada vez me cae peor, es más agresiva y es muy difícil adaptarse a lo que uno quiere y siente”. Quizás Madrid esté dejando de ser ese pueblo grande donde todos somos bienvenidos, rompeolas de todas las españas. Aunque… cuidado con las tendencias, no sea que ahora todos vayamos al campo subidos en un hashtag, que el medio rural sangra de vacío y ya no soporta tampoco la fiebre domingueril, por mucho calzado de caminante ocasional proporcionado gentilmente por Decathlon que llevemos a bordo. No todo el mundo ha renovado su fe, algunos solo su credulidad, que tiene su puntito nocivo.

Reapropiarnos de un tiempo vivible y de la esencia de lo sagrado teatral o lo sagrado natural, entregarle a ese deseo los desvelos, los esfuerzos, los talentos, la esperanza. Y sublimarlo a través de la potencia de lo físico compartido, de la energía colectiva. Reivindicar más que nunca que las artes estén vivas y no dictadas por el mercado sin descuidar una cierta fiscalidad para no entregarnos a la superficialidad de las modas. Todo muy bonito y muy complejo. Emilio Rivas dio muestra de su particular mundo escénico en su primera pieza, Los años de la fertilidad, y ahora comparece conjugando en un título nuevo dos de los cuatro elementos de la Naturaleza, tan poéticos: el aire y el fuego, conceptos siempre embarazados de simbologías infinitas que él hace aterrizar a partir de escenas que son retazos de realidad vertidos a la escena como ficciones posibles. “En la pieza se hace una apelación directa a lo que somos, un colectivo de gente rara que nos gustan las artes escénicas contemporáneas. Lo comparas con el fútbol o con el cine y somos cuatro gatos, pero nos reunimos en cada estreno frente al tótem del momento con una religiosidad recalcitrante. Vamos a unos teatros y, cuando cambian los gobiernos, vamos a otros donde antes no íbamos. Somos cuatro gatos y sentimos algo muy profundo hacia todo esto. Y eso conlleva un tipo de vida, un tipo de economía, un tipo de visión sobre el arte y sobre el negocio. En la pieza vemos cómo esas personas no entienden esos encuentros si no es desde esa profundidad. Se reconocen y se necesitan. Y desearían encontrar toda esa potencia que entienden positiva, verdadera, buena para la vida, en la vida misma, no en los lugares extremadamente excepcionales y radicales de las artes escénicas contemporáneas. Conseguir en el cotidiano lugares tan tremendos para el alma como gran objetivo”.

La posibilidad está en el aire. También la amenaza, y no solo en forma de virus. La posibilidad está en el fuego, y en la distancia que media entre su belleza y su devastadora voracidad. La posibilidad está en el teatro, prisión de plomo para los algoritmos, donde se respira la libertad de la palabra que combustiona todas los filtros y todas las mascarillas. La extinción: esa sí que no debería ser una posibilidad.