Brexit or not Brexit: that’s the question? Really?

Escrito para el catálogo del ciclo No Sleep Till Brexit. We’re Still Here programado en el Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque de Madrid en marzo de 2019

Las agendas de los políticos con mayor grado de responsabilidad a nivel europeo son complicadas.

Te marcas el día 29 de marzo de 2019 con muchos círculos rojos alrededor, o con una alarma estridente, porque si eres un político con gran nivel de responsabilidad, vas a estar ocupado ese día con todo lo del Brexit.

Pero llega ese día y la salida del Reino Unido de la Unión Europea no se produce.

Bueno, si eres un político de alto standing en el Parlamento de Bruselas, seguro que ya sabías que la cosa se iba a posponer.

Porque vosotros, los políticos de referencia continental, sabéis esas cosas.

¡No vais a saberlas, si las decidís vosotros mismos!

Somos nosotros, los ciudadanos de a pie, o de a bici, o de a coche de gama media, los que no siempre sabemos por dónde nos pega el viento.

Nosotros, los ciudadanos europeos, vamos viviendo, un día somos británicos y europeos, y al siguiente somos solo británicos.

Vale, sí, los ciudadanos británicos votaron y una mitad pelín superior a la otra mitad, dijo que se quería ir de la Unión Europea.

Jodida democracia. Ahora nos va a tocar apechugar. A los británicos y al resto.

Otra vez a pasar aduanas cuando vayamos a Londres a ver, otra vez, un musical de Lloyd Weber o una obra del National Theatre con sir fulanito.

O sea, que un 51% de los británicos votaron hace 2 años que sí al Brexit, pero por ahora se les escamotea su decisión.

Jodida democracia. Tú eliges, pero luego los políticos de alto voltaje se lían a discutir con el té de las cinco y nos dan las uvas y el Brexit sin barrer. Y que si volvieran a votar, lo mismo decían que no. Por joder.

Entonces, como Cataluña en España, la política se culebroniza y se diluye como azúcar en agua, se disipa como la niebla de Londres en verano.

Ya da igual. Vais a hacer lo que queráis, como siempre.

Los ciudadanos preferimos seguir siendo de a pie, de a bici o de a coche de gama media.

Llega el 29 de marzo de 2019 y no tenemos nada que celebrar ni que enterrar, porque no nos acordamos.

Bueno, los británicos igual sí, ¿no?

Y entonces, un irreductible rincón cultural del centro de Madrid resiste a la indiferencia y nos convoca a reflexionar colectivamente sobre los espacios de convivencia y creatividad a propósito del Brexit.

Espacios que se ven sacudidos, aunque sea por la última onda expansiva del seísmo.

Porque no nos engañemos: la querencia de un colectivo por la huida de un proyecto común, el repliegue hacia la individualidad como país y como cultura, es una mala noticia para todos y todas.

Y dado que no es un ejemplo aislado y que las ideas ultranacionalistas y euroescépticas -o directamente eurofóbicas- cunden en otros países del viejo continente, quizás podríamos empezar a señalar a los responsables, es decir, los políticos con mayor grado de responsabilidad en Europa.

Pero ya sabemos, sus agendas son complicadas.

¿Cuál será el siguiente día marcado con muchos círculos rojos o con una alarma estridente?

Mientras llega, aquí en Madrid, en Conde Duque, se han tendido puentes que, no cabe duda, se mantendrán erguidos pese a todo, porque los puentes que se sustentan sobre la escucha, la colectividad, el cuerpo cultural que compartimos, la escala humana… son mucho menos efímeros que los puentes hechos de alambre político, que lo mismo se eleva de pronto hacia el cielo rematado con espinos.

Así es como nos morimos. This is how we die. No necesariamente esa frase responde a la anterior. Pero quién sabe.

Es el título de lo que nos sirvió Christopher Brett Bailey desde una mesa en el centro del escenario del Teatro de Conde Duque.

Gozosamente excesivo. Vigoroso. Vertiginoso. Voluminoso. Voluntarioso. Vómito pautado potenciado por una radicalidad clásica.

Palabra en torrente que galvaniza, que reactiva, que vulcaniza.

Estamos hartos de escuchar el inglés, idioma imperial. Es hora de escuchar al inglés.

Porque este ciclo comisariado por Sleepwalk Collective ha servido sobre todo para escuchar.

Escuchar fue mi actividad principal esos días de marzo.

Escuchar las canciones de amor de Radioh Europa (amor en el más amplio sentido del concepto amor), recolectadas por todo el continente, por las fronteras, por las periferias, por afueras de la memoria colectiva.

Escuchar y asistir a la escucha.

La sordina de las historias de amor donadas para que otros pueden tender puentes y practicar el deporte de la mixtura, de la polinización, del mestizaje, de la evolución frente a la que se levantan fuerzas oscuras contra-evolucionarias.

Escuchar el movimiento en su letanía reiterativa. Cock and Bull desintegra cuatro frases en siete horas, literalmente, y en ese deshilachar el lenguaje uno encuentra los sentidos atómicos de las palabras que normalmente se vuelan con el mínimo soplo de tiempo.

Escuchar la palabra personal y, por tanto, política. Practicar la escucha del filibusterismo. Entrar en una vida ajena durante una hora y aprender a amar lo ajeno solo por estar vivo, como tú.

Escuchar el futuro mirando el horizonte desde una azotea regia, bajo las primeras lluvias de la primavera. Reconstruir esperanzas sosteniéndole la mirada a una niña nacida en España de padre ecuatoriano y madre paraguaya.

Escucharse uno mismo entretanto, que al escuchar a otros uno se habla, desempolva preguntas, de las complejas.

Escuchar como se perpetra una conversación productiva, como una pantalla nos ordena pensar y cómo obedecemos. Y pensar sobre ello.

Escuchar balances positivos, pese a todo. Y congratularse.

Y pasado un tiempo tener que ordenar conclusiones y darles una forma que permanezca. Que diga que una institución cultural pública tiene la obligación de fomentar espacios de reflexión como este, con la excusa que sea, incluso con la excusa del Brexit. Compartir momentos de pensamiento y arte, de humanidad, en suma, no tiene nada que ver con manufacturar espectáculos y volverse a contar la recaudación en taquilla apenas izado el primer telón. Eso es así aquí y en el West End.