Reportaje: Sé de un lugar

EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR

Publicado en Revista Godot en febrero de 2015

Esta es una historia de amor: la de Simó y Béré, dos personajes errabundos que un día se encontraron y lo fliparon juntos escuchando Sé de un lugar, la canción de Triana. Creyeron enamorarse y lo mismo hasta se enamoraron. Fueron pareja, pero ya no lo son. Sin embargo, pasa el tiempo y siguen necesitándose, como la raíz al agua. Una historia de amor por el teatro esencial, por la libertad creativa, por las raíces culturales, amor por los compañeros y por los espectadores. “Todos, actores, productores, directores… todos tendríamos que tener claro que una obra de teatro en la que la gente que la hace se quiere y se lo pasa bien, es lo más cercano que tienes a una garantía de éxito”, dice Iván Morales, autor y director de Sé de un lugar. Lo dice con conocimiento de causa. Tres años y medio después de arrancar, la obra está más viva que nunca. 

El Raval en una de Rohmer

Pero la historia comienza mucho antes. A ver si soy capaz de resumirla comunicando la pasión que encierra toda ella. Con 18 años, Iván Morales fue al cine a ver Cuento de verano, del director francés Éric Rohmer. A sus colegas les pareció un coñazo, pero a él le marcó. Años más tarde, Rohmer vuelve a su vida, esta vez a través de El trío en mí bemol, una obra sobre el amor que Morales llevaba siempre bajo el brazo, llenándole los márgenes de ideas, anotaciones y disparos del ingenio. Entretanto, se fue haciendo actor y hasta escribió para el cine (suyo es el guión de El truco del manco, la película de Santiago Zannou). Hace unos cuatro años se disipó el horizonte y una luz clara de atardecer le avisó de que ya era tiempo de ponerse manos a la obra. Haría algo parecido al Trío de Rohmer, pero llevándoselo a su terreno, a su generación, a su barrio: al Raval. Probaron primero a hacerlo a la manera convencional: teatro frontal, nosotros los actores aquí; vosotros, el público, allí, bien separados. Presentación limpia y clara, llamar a las puertas conocidas y esperar que el proyecto se hiciera con visos de sostenibilidad económica. Pues no. Nadie quiso aquella pseudo comedia romántica con giros intelectualoides. Le faltaba verdad, pasión, honestidad. La negativa conectó a Iván y a Anna Alarcón, los que por entonces tiraban del carro, con su pasado, con el teatro de calle, con la diversión. Llamaron a Xavi Sáez, un colega con el que años atrás habían montado El estado de sitio, de Albert Camus, en plan canalla, en un bar del Raval, rodeados de gente que bebía y fumaba. Ey, hagámoslo así, a nuestra manera.

Cataluña, España, América

“Las primeras funciones de Sé de un lugar fueron clandestinas, en el bar de La Caldera, un espacio de creación que nos cedió un sitio para ensayar a cambio de 7 representaciones. Ganábamos lo justo para cenar después y aquello ya me parecía que era sostenible”, recuerda el autor. “El gasto de producción era cero, poníamos un sofá y sucedía todo como si fuera la primera vez. Así tiene que ser el teatro, ¿no?” Pero después de aquellos 7 bolos pasó casi un año. Morales empezó a buscar una sala donde poder llevar el montaje en unas condiciones más “normales”. La opción idónea parecía ser La Seca Espai Brossa, pero estaban hasta arriba de propuestas. Así que Morales se llevó a los directores de La Seca a su casa y les hizo una función para ellos en su salón. Les gustó, sí, y la programaron, pero tuvieron que habilitar un espacio que no usaban para teatro. Allí sucedió el milagro. Empezó a funcionar el boca a oreja, fue Álex Rigola a verla y éste empujó a Marcos Ordóñez, que publicó una crítica en El País que terminó de redondear el fenómeno. Empezaron los bolos por España y, de la mano del festival Temporada Alta, cruzaron hasta Buenos Aires para presentar Sé de un lugar en Timbre 4, la sala de Claudio Tolcachir. Éxito rotundo y anécdota para la historia: el sofá que usaron era el de la mítica obra La omisión de la familia Coleman.

Crónica de un desencanto

Y así es como llegamos hasta hoy. La obra, desde su germen local se ha convertido en un canto universal. Retratando a dos seres que intentan sobreponerse al giro que está dando el mundo, escribe la crónica del desencanto de toda una generación: hijos de la Transición y de la emigración, han visto como ni el amor, ni la familia, ni el trabajo son ese bálsamo de felicidad que dura toda una vida. La obra nos sirve, sobre todo a los que caminamos hacia los 40, para mirar atrás, a nuestros padres, valorar más lo que hicieron, reconocerles la valentía y agradecerles el arrojo, y dejarlos atrás para encarar el futuro, sin dejar de reivindicar nuestras raíces culturales y humanas. Triana es el símbolo que utiliza Iván Morales para romper una lanza a favor de aquella generación sin complejos, para homenajear a los andaluces que se buscaron la vida en Cataluña (él es hijo de andaluces) y para apostar por un teatro hecho desde el amor y la dignidad laboral y creativa. 

Sé de un lugar