Reportaje: Todos los hombres -y mujeres- del presidente

Publicada en Revista Godot el 7 de septiembre de 2014

Vuelve a Madrid Feelgood, la comedia de Alistair Beaton protagonizada por Fran Perea y Manuela Velasco

Fran Perea en Feelgood

No por conocida hay que dejar de contar esta historia, la historia de los que se arremangan frente a la adversidad, de los que se apasionan hasta hipotecarse, pero no por encima de sus posibilidades, sino por la confianza en un grupo de profesionales que trabajan bien juntos. Hace 4 años, la temporada en el Teatro Español se abría con el montaje de Todos eran mis hijos a cargo de Claudio Tolcachir. Allí coincidieron Fran Perea, Manuela Velasco, Alberto Castrillo-Ferrer, Jorge Bosch, Amanda Recacha y Ainhoa Santamaría. Y allí fraguaron una relación personal y creativa que, cuatro años después, se materializa en Feelgood. Bueno, cuatro no, tres, porque realmente esta obra se estrenó en 2013 en Matadero y ha estado girando y cosechando éxito hasta este mes de agosto que ha vuelto a Madrid. Tras la experiencia “Miller”, vieron que tenían que hacer algo juntos. Independientemente de si los contrataban o no, ellos se iban a tirar al monte en busca de un buen texto que producir con sus ahorros, formando compañía y encargándose absolutamente de todo. Control sobre el producto que ponen en el mercado, y trabajo, mucho trabajo. Primero leyendo hasta dar con Feelgood. Luego levantando un montaje desde sus cimientos hasta la veleta. Y el viento, parece ser, les ha soplado muy a favor.

Teatro y política

La investigación les llevó hasta Feelgood, sí. Castrillo-Ferrer sería el encargado de dirigirla. Al elenco, y a la compañía, se sumaron Jorge Usón y Javier Márquez. Y para su retorno a Madrid, Javi Coll ha entrado a sustituir a Jorge Bosch, que anda enrolado con los Larrañaga en El nombre (puede verse en el Teatro Maravillas). Y la búsqueda acabó en Feelgood porque encontraron lo que querían: una comedia, sobre todo una comedia, pero de las que además de hacerte reír, tiene una carpintería teatral perfecta y un componente temático actual, comprometido con la realidad, político en el sentido más noble y real del término. “Si los políticos hacen teatro, nosotros debemos hacer política”, dice Castrillo-Ferrer.

El teatro está para entretener, sí, pero también para ponernos en contacto con las cosas importantes, con lo que nos toca de lleno como individuos que viven en sociedad, como ciudadanos, como verdaderos protagonistas de esta pobre democracia que algunos se empeñan en maltratar, robándole el sentido a la palabra y la razón a su esencia. Y así es como Feelgood, al más puro estilo vodevilesco, propone una hora y tres cuartos de teatro frenético, donde la carcajada convive con la incredulidad, porque nos muestra hasta dónde es capaz de llegar un ser humano para conservar el poder. Es un privilegio que nos brinda el teatro, pero también un derecho que brilla por su ausencia: la transparencia. La ficción le quita la máscara al poder y nos lo devuelve en su versión más abyecta, abriendo el foco hacia la cara oculta del vertedero político, allí donde van a parar todas las inmundicias.

 

Escándalo

El partido que gobierna un país (no se sabe qué país ni qué color tiene el partido, pero a estas alturas, ¿qué más da?) celebra su congreso nacional. Edu (Fran Perea), director de comunicación del partido, prepara junto al “escriba” (Álex, interpretado por Javier Márquez) el discurso con el que el presidente cerrará el acto. Afuera y abajo (no es casual) los manifestantes hacen todo el ruido que pueden para expresar su repulsa a las políticas medioambientales del gobierno, y al Ministro de Medio Ambiente (Javi Coll) sólo le preocupa que unas activistas lesbianas le manchen el traje de pintura rosa. Todo marcha más o menos bien hasta que aparece una periodista (Manuela Velasco) que podría publicar un bombazo… un bombazo que acabaría con el gobierno, con el partido y con todos ellos. Curiosamente, esa periodista es la ex de Edu. Lo público y lo privado. Las tensas relaciones de poder. Periodismo servilista versus periodigno. Machismo. Homofobia. La sola posibilidad de verse apeados del poder saca a relucir lo peorcito de cada cual. También lo mejor en otros casos, todo hay que decirlo. Pero, como dice Manuela Velasco, lo que más miedo da es que nadie se preocupa de los perjudicados, hombres y mujeres que sufren las políticas sucias e interesadas. Todo se precipita hacia un final que augura esperanza porque plantea una salida medianamente justa… o no. Al final, el presidente sale en pantalla (no es casual) y lanza su discurso, ese que los espectadores ya conocen porque han asistido a su preparación y saben toda la hipocresía que esconde. Es entonces cuando tomamos conciencia de la grandeza de este montaje, cuando se redondea, cuando nos brinda una de esas catarsis por las que merece la pena ir al teatro. La comedia ha cumplido. Nos llevamos a casa el sabor dulce de la carcajada, pero también el agrio regusto del estupor.