LA DRAMATURGIA. NO MÁS SÍSIFOS NI TÁNTALOS

Artículo publicado en el catálogo de actividades de España como país invitado de honor de la Feria Internacional del Libro de Frankfurt 2022

 

LA DRAMATURGIA. NO MÁS SÍSIFOS NI TÁNTALOS

Cada una de las mil doscientas palabras que, aproximadamente, incorpora este texto podrían ser nombres propios, los de los cientos ‒digo bien, cientos‒ de dramaturgos y dramaturgas que en la actualidad están activos en España, trabajando en todas las lenguas oficiales del Estado, pese a que el medio teatral sufre estrecheces crónicas y llegar a los escenarios no es más fácil que en otros tiempos. Nunca lo fue. Es bien sabido que un texto teatral no es un fin en sí mismo, sino un elemento al servicio de un fin mayor, la puesta en escena. Pero eso no ha impedido, ni ahora ni nunca, el desarrollo de una literatura dramática que, frente al carácter eminentemente efímero del acto escénico, encuentra su lugar en la eternidad en forma de libro, una suerte de premio de consolación para todas aquellas obras que no tienen la oportunidad de levantarse del papel sobre un escenario y un testimonio, archivo y carta de presentación de aquellos intereses, temáticas y poéticas que vibran en el sustrato de un arte, el teatral, tan pegado al presente.

Después de los años oscuros de la dictadura franquista (censura, posibilismo, exilio, clandestinidad, alergia a las vanguardias), los primeros años de democracia estuvieron más centrados en crear y afianzar estructuras (redes de teatros, centros públicos de producción, festivales, etc.) y los autores españoles vivos languidecían en su mayoría ante la figura del entonces todopoderoso director de escena. Sin embargo, al margen de la oficialidad y recogiendo el inestimable legado del teatro independiente y universitario de los años sesenta y setenta, se empezó a fraguar el conocido como movimiento de salas alternativas, que fue caldo de cultivo esencial para entender la efervescencia dramatúrgica que hoy disfrutamos. Medio en serio medio en broma, se fue entendiendo que la del autor teatral era una figura en peligro de extinción y que, como en el caso del lobo, el oso pardo o el lince, había que trabajar en su recuperación a toda costa.

En la última década del siglo XX y la primera del XXI, asistiremos a la creación de la Asociación de Autores y Autoras de Teatro, del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas o de la Muestra de Autores Contemporáneos de Alicante, a la proliferación de los premios, certámenes y concursos de textos teatrales, los talleres de dramaturgia, las ferias, los programas de desarrollo dramatúrgico impulsados por administraciones autonómicas interesadas en alentar sus propias identidades territoriales y/o lingüísticas, la normalización y oficialidad de los estudios de dramaturgia en las escuelas oficiales de arte dramático y el impulso de la investigación académica tanto en las universidades españolas como en prestigiosas universidades extranjeras, que ponen orden en las sucesivas generaciones de autores y autoras que, a día de hoy, conviven en un panorama que es reconocido y valorado como uno de los más inquietos e interesantes del mundo.

Con todo esto, no es exagerado afirmar que vivimos una edad dorada de la dramaturgia española, cuya presencia en las carteleras teatrales se complementa y abona con la extraordinaria labor de editoriales como La uña rota, Antígona, Artezblai, Continta me tienes o Punto de vista, que viene a sumarse a la que llevan muchos años realizando otros sellos como Hiru o Fundamentos, la revista de la Asociación de Directores de Escena, la propia Asociación de Autores y Autoras de Teatro, la longeva revista Primer Acto o instituciones como el Centro Dramático Nacional. Sus catálogos de publicaciones nos permiten rastrear la diversidad temática y formal de una ingente nómina de autores y autoras que, tanto en la soledad de su escritorio como en la colectividad consustancial a la labor escénica, contribuyen a trazar el relato histórico de nuestra contemporaneidad.

Y aquí me voy a permitir listar una serie de nombres a modo de botón de muestra, siendo consciente de la injusticia y la imposibilidad que supone no citar la totalidad de dramaturgos, dramaturgas y colectivos que alimentan hoy nuestra escena en mayor o menor medida: Fernando Arrabal, José Sanchis Sinisterra, Paloma Pedrero, Carmen Losa, Fermín Cabal, Yolanda Pallín, Jerónimo López Mozo, Eusebio Calonge y La Zaranda, Lourdes Ortiz, Juan Mayorga, José Ramón Fernández, Guillermo Heras, Ana Vallés y Matarile, Gracia Morales, Laila Ripoll, Angélica Liddell, Paco Zarzoso, Rodrigo García, Itziar Pascual, Ernesto Caballero, Tomás Aragay, Lluïsa Cunillé, Marta Buchaca, Xesús Ron y Chévere, Quico Cadaval, Juan Cavestany, Ana Fernández Valbuena, Carmen Soler, Sergi Belbel, Victoria Szpunberg, Pablo Messiez, Guillem Clua, Esther Carrodeguas, Patxo Telleria, Borja Ortiz de Gondra, Agurtzane Intxaurraga, AveLina Pérez, Roger Bernat, Fernando Epelde, Miren Gaztañaga, Lola Blasco, Celso Giménez y La Tristura, Lucía Carballal, Carolina África, Irma Correa, Paco Bezerra, Alberto Conejero, Denise Despeyroux, Javier Hernando y Los Bárbaros, Lucía Miranda, Nieves Rodríguez, Alfredo Sanzol, Aina Tur, Íñigo Guardamino, Cristina Clemente, Roi Vidal, Sandra Ferrús, Raúl Dans, María Velasco, Joan Yago, Clàudia Cedó, Beth Escudé, Antonio Rojano, Víctor Sánchez, Gabi Ochoa, El pont flotant, José Padilla, María Goiricelaya, QY Bazo, Eva Hibernia, José Manuel Mora, María San Miguel, Laura Rubio Galletero, Juanma Romero, Eva Redondo, Almudena Ramírez-Pantanella, Gon Ramos, Pilar G. Almansa, Nando López, Eva Mir, Mar Gómez Glez, Sergio Martínez Vila, Pablo Gisbert y El conde de Torrefiel, María Folguera, Miguel del Arco, Jordi Casanovas, Albert Boronat, Luis Felipe Blasco, María Prado, Julio Provencio, Amaranta Osorio, Pablo Remón, Josep Maria Miró, Marc Rosich, Álvaro Tato, Iván Morales, Aizpea Goenaga, Carla Nyman…

Los amantes del teatro, los aficionados, los estudiosos, todas las personas interesadas por el devenir cultural de un país, debemos estar orgullosos de esta explosividad dramatúrgica que ha tenido lugar en España en las últimas dos décadas, donde encontramos lenguajes cotidianos y poéticos, radicales y convencionales, experimentales y ornamentales, donde se exploran y exprimen las posibilidades del texto dramático y su relación tensa, calculada o amigable con otros modos de expresión escénicos que tienen que ver más con las artes plásticas o las artes del cuerpo y el movimiento, con las tecnologías y con los algoritmos, donde tienen cabida la filosofía y la ciencia, la política y la conciencia ecológica apremiante, el humor y la tragedia, las visiones feministas, las relaciones de poder, la espiritualidad, la mirada casi siempre crítica a un individualismo voraz al servicio del turbocapitalismo; y si de rastrear tendencias se trata, habría que hablar de una apuesta por eso tan inasible que es la memoria, revisando injusticias pretéritas que están en los hilos que tejen el presente, de ahí que el llamado teatro documental viva, no sólo en España, un momento álgido.

Heredera de una de las tradiciones teatrales más antiguas y glorificadas del planeta, la dramaturgia española contemporánea vive un momento dulce que, sin embargo, no está exento del fantasma de la precariedad, y la actividad de los que se dedican a ella se ve obligada a diversificarse para lograr un mínimo de dignidad. Confiemos en que este esfuerzo por internacionalizar su impronta ayude no sólo a contribuir a su saludable permanencia en el tiempo, sino a que el día a día de los que escriben y hacen teatro no sea ni como el esfuerzo absurdo de Sísifo ni como la frustración eterna de Tántalo. Merecemos conquistar la cumbre de una vez y degustar sin miedo los jugosos frutos de nuestros talentos.