Crítica: Reikiavik

Publicada en Time Out Madrid el 27 de septiembre de 2015
Vista en el Teatro Valle-Inclán
Autor y director: Juan Mayorga
Intérpretes: César Sarachu, Daniel Albaladejo y Elena Rayos

Juan Mayorga es ahora mismo la punta de lanza de la dramaturgia española. Sus obras son traducidas a múltiples idiomas y se representan por medio mundo. Una obra suya siempre es garantía de calidad. Pero su teatro no es fácil, en el sentido de que no es mero esparcimiento, su objetivo no está en la evasión del público. Al contrario, requiere de los espectadores una posición activa, un compromiso firme para entrar en sus historias como una Alicia ya no en un país, sino en un planeta maravilloso, lleno de puertas y senderos bifurcados. El caso de “Reikiavik” es, si cabe, paradigma de esta poética tan singular y tan deudora al mismo tiempo de sus antepasados. Porque Mayorga no es rabiosamente contemporáneo, sólo es rabiosamente genial.

“Reikiavik” es un juego de capas superpuestas, una especie de multiverso matemático en el que los mismos actores juegan distintas historias en planos paralelos. Parece complicado, y en cierto modo lo es, pero si te sientas en la butaca con ánimo juguetón, con ganas de librar una batalla lúdica con el escenario, lo vas a pasar muy bien. Y si te gusta el ajedrez, todavía más, porque es este juego milenario el que vertebra toda la obra.

Dos seres anónimos, dos perdedores que se hacen llamar Waterloo y Bailén (nombres de derrotas napoleónicas), se encuentran por azar en un rincón de un parque cualquiera, en una ciudad cualquiera. Y como en ocasiones anteriores, rememoran la partida del siglo, la que enfrentó a Bobby Fischer y a Boris Spassky por el campeonato mundial de ajedrez en 1972 en la capital islandesa. Nunca han tenido un testigo, hasta hoy, que ha aparecido por allí un muchacho que, quizás, siga con esa tradición de jugar a ser campeones del mundo por un día.

La obra va desde esos temas más puramente humanos, como la identidad, hasta los políticos que se desprenden de reducir la bipolaridad (y sus neurosis) del mundo durante la Guerra Fría a un tablero de ajedrez y una partida agónica entre un americano y un soviético. Tras Fischer y Spassky se arracima un puñado de personajes y todos son interpretados por los mismos actores, en un ejercicio brutal de puro teatro, a base de gesto y voz. Gran dirección del propio Mayorga, que imprime un ritmo frenético cuando toca y pisa el freno para dejar que las emociones se palpen. Y gran interpretación de los tres actores, capaces de llenar de matices cada una de las capas de una obra infinita.