Arma de construcción masiva

Programa de mano para Teatros del Canal, publicado en octubre de 2019

 

Lo de la compañía José y sus hermanas podría calificarse, sin miedo a la hipérbole, de ascenso meteórico. Claro que yo lo relacionaría con la caída más que con el ascenso, la caída de un cuerpo extraterrestre que atraviesa la atmósfera de lo establecido para irrumpir con contundencia sobre el córtex teatral patrio (de todas las patrias que hay en un estado como el nuestro), generando un cráter y una onda expansiva de las que hacen época. Y mal que nos pese a los que tenemos más de 40, esta irrupción (conato de interrupción) es cosa de juventudes. Eso sí, a los mandos de la nave hay una experimentada mujer de teatro, Silvia Ferrando (profesora de dirección y dramaturgia y responsable del área de investigación e innovación en el Institut del Teatre de Barcelona). Ella ha sido y es la espuela perfecta.

 

Arma de construcción masiva es la segunda pieza creada con aires de colectividad y vientos de hibridación por José y sus hermanas, una compañía conformada por jóvenes egresados del Institut de Teatre de Barcelona en 2017. La reunión se produjo con ocasión de preparar y presentar su trabajo de fin de carrera, dirigido por Ferrando. Se podía coger un texto del vasto legado dramatúrgico universal, pero ellos decidieron crear de la nada algo personal y único. Se llamó Los bancos regalan sandwicheras y chorizos y era un collage escénico sobre las rastros del franquismo en las generaciones de los que hoy llamamos millenials. En la muestra del Institut se produjo el primer impacto. De allí al Festival de Olite y luego temporada en el Teatre Tantarantana de Barcelona. Boca a boca, carteles de entradas agotadas y ya tenemos el fenómeno. Y el fenómeno salta al festival TNT de Terrassa y a una gira que no ha terminado, que les trajo al Teatro Español de Madrid el pasado mes de junio y que este otoño les lleva al Festival Don Quixote de París. Pero antes, están aquí.

 

Están aquí con una segunda pieza, más madura, más compleja, pero que sigue el mismo procedimiento. Se parte de una cuestión propuesta por Silvia Ferrando, que de nuevo remite a los rastros que quedan en las generaciones presentes, en este caso los rastros de todos esos relatos que han conformado nuestra visión sobre la educación: relatos mediáticos, relatos políticos, relatos familiares, relatos culturales, relatos tradicionales o relatos críticos, contestatarios. Relatos, finalmente, personales, conformados por la propia vivencia, porque el 99% de la población tiene un relato privado e íntimo de su paso por la escolarización. Y por eso mismo, más que una obra generacional, Arma de construcción masiva es una obra intergeneracional, empezando por la tensión dramática propia que surge del trabajo entre intérpretes que tienen en torno a 25 años y una directora de más de 40. Este diálogo intergeneracional se antoja fundamental para no perder de vista la memoria que nos queda y hasta qué punto puede haberse manipulado. La educación es la esencia de una ciudadanía crítica, por eso es una golosina política y la intervención en sus fundamentos un deporte nacional en congresos de diputados estatales y autonómicos. Para muestra, las siete leyes orgánicas sobre educación aplicadas en España desde 1970. Una anomalía aberrante que hemos sufrido todos y todas de una forma u otra.

 

Decir que esto es teatro político es pleonasmo. Todo el teatro lo es. Pero el teatro de José y sus hermanas nos habla de lo que nos pasa con frontalidad. Y por eso mismo es teatro contemporáneo en el sentido en el que el filósofo italiano Giorgio Agamben habla de la contemporaneidad, aplicado a lo que se relaciona con la propia época aceptándola pero sin renunciar a una mirada distanciada y, por tanto, crítica. En esa mirada crítica viene implícita la aspiración a deconstruir los signficados y significantes asentados y percibidos como inamovibles. Una aspiración que debía estar en la esencia misma de la educación: construir deconstruyendo. No podemos percibir la realidad como inamovible, porque estaremos arrojando la toalla.

 

Hay un relato sobre la educación actual que se antoja unidimensional (siguiendo a Marcuse) en el que se privilegian las medidas encaminadas a que los alumnos encuentren acomodo en el mercado laboral. “Este mundo no nos gusta –apunta Silvia Ferrando- pero creamos una educación para adaptarnos a él. Cada vez que un plan de estudios pone el acento en que nuestros alumnos encuentren más lugares de trabajo, hay que pensar hasta qué punto los planes de estudio los deciden las empresas. Responder al mercado es muy perverso, porque la educación, frente al mercado, siempre llegará tarde. No podemos preparar a los alumnos para la casuística del mundo, pero los podemos hacer fuertes para que ellos adopten las herramientas para enfrentarse. Pongo en cuestión la adaptabilidad como valor. Más bien hace falta una educación que promueva gente capaz de generar nuevos modelos, capaz de pensar en que hay otras formas posibles. ‘Adáptate’ es el gran mensaje del capitalismo para arrasar con la imaginación del ser humano. Somos muchos los que tenemos que gestionar esa adaptabilidad, todos tenemos que adaptarnos, porque supuestamente no hay otra. Por eso, para mí, la imaginación y la fantasía, la capacidad de pensar en otras posibilidades, son armas de resistencia social al poder, a lo imperante”.

 

Pensar críticamente la educación y hacerla teatro. Pensar en si lo que nos contaron en la escuela es verdad o está adulterado. Pensar si en tiempos de periodismo-ficción caminamos hacia una educación-ficción y en el horizonte se vislumbra una vida-ficción. Pensar en los dispositivos tecnológicos incuestionables y cuestionarlos (¿Google Classroom sí o no?). Pensar en cómo el mobiliario y la arquitectura escolar condicionan nuestro paso por la enseñanza obligatoria. Pensar en el fomento del individualismo que busca desactivar los movimientos colectivos que ponen los cuerpos en las calles. “No son pocos los profesionales de la enseñanza –señala el profesor de filosofía Sergio de Castro- que huyen de una educación exclusivamente pragmática y que centran sus esfuerzos en ofrecer —a pesar de los innumerables escollos que plantea el sistema educativo— una visión del mundo que permita a un mismo tiempo su transformación. Sin embargo, como parte afectada de este mundo gobernado por aquella racionalidad unidimensional que describía Marcuse en los años 60, en muchas ocasiones no somos conscientes —como consecuencia de la propia estructura de ese modelo— de hasta qué punto estamos participando en la consolidación de una visión inmovilista y conservadora de la realidad social o hasta qué punto esos cambios que buscamos acaban siendo fagocitados por un sistema totalitario que anula todo su verdadero poder transformador.”

 

Cualquier educación, por utópica que parezca, debería enseñarnos a pensar y a discernir lo que sí y lo que no. Pero mientras llega, es el teatro, reino poético y ficcional, el que nos brinda un baño de realidad, en este caso a través de una pieza donde diversos lenguajes escénicos se alían para hacer un espectáculo fresco y emotivo, subversivo y lúdico, extremo y cercano, un espectáculo cocinado a base de los deseos de los intérpretes bien amasados por la directora. Porque, como ella misma dice, “el deseo del actor es algo muy difícil de fingir”. Este grupo de chavales talentosos son reflejo de una generación llamada a irrumpir, como meteoritos en la atmósfera terrestre. Obligada al triunfo operado con inmediatez y mediatizado por el mundo-pantalla, que diría Lipovetsky; saben manejar el aparato pero no se paran a cuestionar qué hay detrás del aparato (valga una segunda lectura sexual), soldaditos de la tecnología punta, ubicados con google maps pero desubicados emocionales, la contradicción –claro- les desmorona a las primeras de cambio. “Aprenden a opinar antes que a saber”, le dijo un compañero a Silvia Ferrando. Cómo no iba a ser así en esta opinocracia en la que vivimos.

 

Francesc Cuéllar, 26 años, uno de los siete de Arma de construcción masiva, oiréis que dice en el escenario lo siguiente: “no me hagáis creer que la educación no sirve para nada, convirtiéndola en algo inservible pero obligatorio, mal gestionado pero necesario, para poderla privatizar, para poderla destruir y luego vender. No. Mi educación importa. Meteos el neoliberalismo por el culo. Sí, ya sé que estoy diciendo cosas que sabemos todos, pero con saberlo solo no basta. Aquí hablamos todos con la misma autoridad, como si un criterio y una opinión fuesen lo mismo. No. El cargo no os da el saber. Una mandarina no es lo mismo que una naranja por mucho que os lo parezca. No es una cuestión burocrática, es una cuestión botánica. El futuro no puede ser violento, porque si no la próxima guerra va a durar 20 minutos. Ahora tenemos armas muchísimo más poderosas, pero seguimos sin tener criterio para saber cuándo usarlas ni contra quién”. Pues eso.