El hijo que quiero tener

Programa de mano para los Teatros del Canal, publicado en febrero de 2020

 

“El Odin Teatret, mi grupo, tiene veinte años. Veinte años son, para un grupo, como sesenta para la vida de un individuo. Mirando alrededor, puedo entonces constatar: no hemos muerto jóvenes. En la historia del teatro esto es excepcional”.

Eugenio Barba

Disculpen esta cita inicial. Venía muy al pelo tratándose de una compañía, El pont flotant, que tiene en Eugenio Barba a uno de sus referentes fundamentales, al menos en sus orígenes. Y justo hace ahora 20 años que se conformaron como compañía. No son mucho de mirarse el ombligo los valencianos, puede que no hagan nada extraordinario en este vigésimo cumpleaños, nada más –y nada menos- que seguir trabajando. Siempre afincados en un espacio creativo que brota de lo personal, no se han impuesto nada en lo artístico que no naciera de una necesidad interior, algo para experimentar a todos los niveles: plástico, textual, performativo, conceptual. El discurso de El pont flotant empieza en lo íntimo y acaba en lo universal.

En su evolución, llegaron a un punto de apertura que, como primer resultado, dio esta pieza: El hijo que quiero tener, estrenada en 2016. Arrancaba ahí una etapa de la compañía que los ponía en relación con la comunidad. Los procesos creativos se abren a personas que no pertenecen al núcleo creativo original, conformado por Jesús Muñoz, Pau Pons, Àlex Cantó y Joan Collado. Este mirar afuera viene motivado por un hecho definitivo en la vida de cualquier persona: la decisión de tener o no tener hijos;  lo que ocurre cuando los tienes o cuando no los tienes y la sociedad empuja hacia el lado contrario; lo que sucede cuando te enfrentas a esa palabra tan enorme: la educación.

“Cuando empezamos a tener hijos –relata Jesús Muñoz-, nuestras conversaciones en la compañía giraban mucho en torno a los hijos, tanto que llegamos a la conclusión de que la educación era un tema importantísimo para nosotros. Continuamente estamos dándole vueltas al asunto, entrando en no pocas contradicciones y conflictos. Y fue entonces cuando decidimos darle una salida creativa a todo ese mogollón que nos rondaba. Esta vez no quisimos hacerlo solos y se nos ocurrió hacer un taller intergeneracional. Queríamos tener una experiencia creativa con personas que representaran tres generaciones: la nuestra, la de nuestros hijos y la de nuestros padres”. Las tres edades del hombre y de la mujer.

“Cuando era niño –dice Àlex Cantó en la función- me era imposible imaginarme a mí mismo como soy hoy. Estoy a medio camino. Alejado ya de aquel niño que botaba en los charcos de un descampado y demasiado lejos todavía del abuelo que seré algún día y al que hoy soy incapaz de comprender. ¿Qué hijo quería tener mi padre? ¿Qué hijo querría tener yo? ¿Qué abuelo querría que fuera yo para su hijo? ¿Qué padre hubiera querido tener mi hijo?” De esta batería de preguntas aflora luego una serie de dinámicas escénicas depuradas, destilación súper atinada que se ejecuta con el concurso de un grupo de 20 personas de la tres edades, salidas de esos talleres que la compañía ha ido realizando por toda España.

Sin abandonar su manera de hacer teatro, emotiva, lúdica y didáctica, festiva y profunda en su sencillez, El hijo que quiero tener toma un gran tema al abordaje para sentenciar, en palabras de Jesús Muñoz, que “tener hijos no es una obligación pero si los tienes hay que educarlos. Y educar cuesta, es duro, te confronta con muchas personas, en lo familiar y en lo social, y contigo mismo”. Estén atentos a esa escena del parque, donde la plastilina se convierte en un material totémico que encierra un significado brutal. Esta escena resume como ninguna otra ese dilema eterno de los padres: ¿más o menos libertad? “Muchas veces –sigue Jesús- como padres y como madres nos vamos a un extremo y estamos castrando a nuestros hijos; otras veces nos despreocupamos, soltamos tanto las riendas que no ponemos límites y nos acaba saliendo el tiro por la culata”. ¿Dónde está el término medio? ¿Existe? ¿Estrictos o laxos? “Vayamos hacia un sitio o hacia el contrario, nos vamos a equivocar siempre, y de esto va la obra”.

Nada más candente en estos momentos que la educación, cuando ese rumor del pin parental nos pone los pelos de punta y hay que desempolvar las certezas conquistadas socialmente para volver a ponerlas sobre la mesa. Si no respetamos la libertad como personas autónomas de nuestros hijos, si no miramos con cuidado y atención sus necesidades, cómo vamos a respetar y cuidar a otros. “Ni nuestros hijos ni nuestros padres nos pertenecen”. Pero no se asusten, que con El Pont Flotant la solemnidad se rebaja con buenas dosis de humor y con su capacidad innata para tocarnos la fibra.

El hijo que quiero tener se ha generado desde el humor, la ternura y el acercamiento, la escucha, la confianza y el cariño, y termina por propiciar, con sus trazas de creación contemporánea, una auténtica catarsis tanto para los que la hacen como para los que la ven, disfrutan, ríen y lloran desde la butaca. Pasado, presente y futuro se encuentran en escena para tributar un homenaje de doble dirección, de padres a hijos y de hijos a padres. Ver esa comunión y escuchar esas voces propicia un brote apasionado en el corazón que te invita a romperte las manos aplaudiendo.