Imprenteros

Programa de mano para Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, publicado en noviembre de 2021

 

IMPRENTEROS. Lorena Vega

 

“Heaven can wait

and hell’s too far to go

somewhere between what you need

and what you know”

(Heaven can wait. Charlotte Gainsbourg & Beck)

 

Gran Buenos Aires. Municipio de La Matanza. Infinitas cuadrículas del conurbano que se extiende en todas direcciones desde la capital argentina, manzanas de casas bajas con jardín, árboles y flores, almacenes, pequeños comercios, naves industriales… y talleres gráficos, imprentas. Allí comenzó a funcionar a finales de la década de los 70 del pasado siglo la imprenta que regentó, paciente y esforzado, amador de su oficio, el padre de Lorena Vega. “Empezó de a poco, con una sola máquina que compró con sus ahorros. Unos amigos le ayudaban. A medida que crecían los clientes, compraba nuevas máquinas. Los trabajos en general eran para pequeñas empresas de la industria alimentaria de los alrededores: fábricas de salames, quesos, aceiteras, tomate triturado… es el área de mayor población y desarrollo económico e industrial del país”. Barrios delimitados por grandes avenidas, camiones que van y vienen incansablemente. Millones de personas que viven y trabajan ajenas a la gran mancha urbana y humana que habitan en racimo desde la ribera del Río de La Plata hacia el interior.

La imprenta del papá de Lorena Vega es origen y principio de este hecho escénico que escapa a la simple etiqueta de obra teatral, aunque también lo sea. Hecho escénico es una denominación aparentemente aséptica que esconde, sin embargo, trazas de autoficción, teatro documental, teatro de objetos, museo vivo e interactivo y hasta musical. “La forma surgió del propio proceso de creación, ya que se trata de una puesta en escena donde conviven diversos materiales como la reconstrucción, el documento vivo, el archivo, la intervención y la tensión entre el drama y la comedia. Dejé que el material hablara y me fuera dictando el camino”, explica Lorena. Pero la creadora advierte: “no es lo mismo el origen que el principio, no recuerdo quien lo dijo, pero me gustó el concepto”. Hay un principio concreto: Imprenteros es una iniciativa de Lorena Vega nacida en 2018 al calor del ciclo “Familia” impulsado por el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires, comisariado por Maruja Bustamante. “Al principio me resistí bastante a participar -recuerda Lorena. Siempre tenía como excusa los problemas de agenda, pero internamente tenía mucho temor a hacerlo. Tenía una resistencia. Hasta que Maruja me acorrala y me dice: mirá, es re experimental, ni siquiera tenés que hacer una obra de teatro. Eso, en cierto modo, me liberó… y me encendió”.

¿Y el origen? Quizás ahí resida ese temor que hacía que Lorena se resistiera a participar en el ciclo. “El origen es tan antiguo como mi necesidad de poder ponerle voz a mi propia experiencia. Tan antiguo que ni siquiera yo me daba cuenta que tenía esa necesidad. Si hago memoria, desde chica me imaginaba contando aquello que iba viviendo, y más que nada, aquellas cosas que me generaban dolor”. Las imprentas son como los paritorios de las palabras y las imágenes, son lugares de una mística cotidiana donde se percibe el olor a tinta de las ideas. No es de extrañar que Lorena y sus hermanos busquen reanimar ese lugar de la memoria que fue la imprenta paterna, que les fue arrebatada tras la muerte del progenitor. Cuna y cotidiano que se rompe abruptamente. “La pieza tiene algo de reparación también, sí -reconoce la creadora. Poder darle lugar a mi voz y a mi versión de los hechos ya contribuye a esa reparación. Y además la presencia de mis hermanos con sus propias visiones de lo acontecido es algo que viene a colaborar en la re-lectura de los hechos. Pero fundamentalmente, está el hecho de que mi gran amigo César Capasso, que sacó fotos de las máquinas del taller de mi papá, haya podido introducirnos a mis hermanos y a mí, vía photoshop, en las fotos; y luego las coreografías inspiradas en las acciones que se hacían en el taller. Todo eso genera la justicia poética que permite la reparación.”

Lorena Vega hace una elocuente asociación entre los oficios de imprimir y actuar, dispositivos que generan lo que antes no existía, generan huella, dejan testimonio, articuladores del sentido. El espacio escénico sirve para recorrer el espacio simbólico, recreando poéticamente la pequeña imprenta artesanal donde suceden las historias de aquella familia que vivía rodeada de resmas de papel, rotativas y guillotinas. Y lo hace acompañada de un numeroso elenco que genera vibrantes coreografías a partir de un campo sonoro industrial, donde la repetición, el engranaje y el ritmo se funden con guitarras, percusiones y violines. “Para mí el sonido es fundamental -dice Lorena. Lo es en general en cualquier ámbito, más en el teatro. Siempre le doy mucha importancia al tratamiento sonoro de una pieza escénica. Y este trabajo en particular lo llevé a cabo con Andrés Buchbinder. Trabajamos grabando sonidos de una imprenta, máquinas de offset con cuyos ruidos se pueden reconstruir los paisajes de la infancia”. Ruidos salpimentados con canciones que tenían la combinación justa de nostalgia y rock para conectar a Lorena con su juventud. Una de esas canciones es Heaven can wait, de Bech y Charlotte Gainsbourg: “El infierno está demasiado lejos para ir, en algún lugar entre lo que necesitas y lo que sabes”.

“Esta obra, finalmente, me ha regalado -confiesa Lorena- la posibilidad de articular un relato, lo cual me permitió reconstruir un padre. Y cuando acaba, cada día, la gente se acerca a contarnos sus propias historias familiares”. La memoria nos construye, conviene tenerlo presente en estos tiempos de presente radical y profundamente amnésico.