Lear (Desaparecer)

Programa de mano para los Teatros del Canal, publicado en mayo de 2019

 

Los que conocen el trabajo de la compañía [los números imaginarios] saben que sus trabajos parten de un conocimiento, amor y respeto profundos por los clásicos y, al mismo tiempo, una vocación por subvertir los mimbres del montaje canónico y buscar en los clásicos ese canal subterráneo que los une con la más rabiosa contemporaneidad, que nos es sinónimo de modernismo, ni siquiera de posmodernismo, sino de presente, de hacer y pensar el teatro con ingredientes de ayer, pero con recetas de hoy. O viceversa. Antes de adentrarse en el reino de Lear, se sentaron a la mesa con otro monarca en La cena del rey Baltasar, de Calderón, hicieron Hamlet entre todos, estuvieron de farra con el antimito en La última noche de Don Juan y echaron el resto con las tragedias áticas en Hijos de Grecia.

El denominador común de todo esto se llama Carlos Tuñón, un director atípico que abre sus procesos al juego y la participación de un ensemble cada día más numeroso. Para abordar la tragedia shakesperiana de la senectud que se estrena ahora, ha hecho falta casi un año de trabajo, búsqueda, investigación y aprendizaje junto a un grupo de enfermos de Alzheimer que, acompañados de un familiar, se prestaron a participar en esta reflexión colectiva sobre las relaciones con nuestros mayores y sus complejidades.

 

 

¿Cómo incidió todo ese trabajo previo en los talleres en el resultado final?

La obra en realidad no es más que el reflejo de lo que nos hemos estado preguntando y de lo que hemos ido haciendo desde octubre, que es cuando empezamos con los talleres. Todo lo que vivirá el público son dinámicas que hemos venido desarrollando con los enfermos de Alzheimer y con sus familiares. Andar con pasitos cortos, por ejemplo, es el rastro que queda de los gestos que ellos mostraban, de movimientos que se repetían. Lo que no queríamos era que fuera una obra sobre el Alzheimer o una obra con gente con Alzheimer, porque creo que eso no tiene sentido. Es una obra de gente que acompaña a otra gente, una obra donde se asume que nadie es inmune a la enfermedad. Esas dos premisas sobrevuelan y atraviesan el montaje. Desde ahí, todos podemos ser Lear. Por eso cada día Lear lo hace un actor diferente, o una actriz. Y todos podemos ser Cordelia, todos podemos ser hijos que acompañan a padres o que se van a enfrentar a una realidad así dentro de unos años. Me interesa mucho la relación intergeneracional. Me he preguntado muchas veces: ¿voy a ser capaz de renunciar a mi vida por cuidar a mis padres? Y también: ¿quién me va a cuidar a mí cuando sea mayor?

 

¿Cuál es la justificación poética para que esto ocurra en un escenario?

A nivel plástico o poético, estamos en la cabeza de Lear, en la mente del demente. Al principio hay un elemento poético fundamental que es el periódico. Uno de los asistentes al taller lee el periódico todos los días y lo subraya, está anclado a eso, es como una manera de estar en el mundo para él. De ahí surgió la idea de empezar la obra leyendo el periódico, como en una especie de sala de espera. Empezamos a leer titulares y ocurrió que los participantes del taller con Alzheimer, a los que ya nunca nadie les dice que lean, empezaron a leer también. Leen no porque les pidas que lean, sino porque ven y escuchan a otros leyendo. Ellos reaccionan ante lo que pasa y hacen, exactamente igual que nosotros, los de la compañía. La siguiente idea fue romper con esto, romper el periódico, precisamente por la idea de la mente rota, de la mente fragmentada. Y eso mismo nos dio pistas para todo el montaje, porque todo el rato estamos en un plano real y en un plano fragmentado. Así es como viven ellos, los enfermos, la realidad; ellos tienen clarividencia, hablan y hacen cosas, pero de pronto se van a otro sitio. Y recuerdan cosas, no es verdad que no recuerden, lo que pasa es que recuerdan cosas y las cambian. Han estado viniendo todos los sábados desde octubre y al principio no, cada sábado era explicarles de nuevo qué son los Teatros del Canal y por qué los llevan allí, pero llegó un momento que llegaban y nos reconocían. Los familiares están muy sorprendidos. Esto sucede porque vienen a un espacio de estimulación brutal, y están muy felices, porque hay contacto con ellos, porque les tocamos, porque hacen cosas en las que ellos sienten que lo hacen porque quieren, no porque les digan que lo tienen que hacer a base de órdenes. Ellos no están obligados a nada, pero nos ven bailar a nosotros y quieren bailar, nos ven hablando en un micro y quieren hablar al micro. Es un espacio básicamente para compartir y ellos se sienten útiles.

 

¿Cómo dais con estas personas, a través de algún tipo de asociación o de colectivo?

Pues el verano pasado, cuando ya se concretó el proyecto, empezamos a ir a centros de día a decir que queríamos que vinieran los usuarios con sus familiares al taller. Y nos encontramos con un rechazo total, a muchos niveles. Por un lado, la familia no se quiere enfrentar a esto, no quiere pasar más tiempo relacionándose con la enfermedad, y luego por otro lado hay gente que no acepta la enfermedad de su padre, de su madre o de su pareja, lo niegan, dicen que está bien, que aunque tiene demencia no es alzheimer. Y también es que hay un momento de sobrecarga durante la semana y te dicen: mira, el sábado además yo ya no puedo estar con esto, prefiero que esté en un centro de día. Nos recorrimos muchos centros de día. Dimos con uno, en el que trabaja Alberto Sánchez Cañizares, el terapeuta que ha terminado como asesor de la compañía, porque le entusiasmó el proyecto, y pensamos que sería bueno tenerlo en el equipo para trabajar durante todo el año, porque no sabíamos por dónde podía salir esto. Pero de su centro no ha venido nadie, para que veas. Hablamos con una asociación, AFAEM, Asociación de familiares, amigos y personas con problemas de salud mental, y ahí entre ellos hablaron del proyecto y terminaron viniendo 14 personas, siete familiares con siete personas con Alzheimer, hijos con padres y parejas sobre todo.

 

 

“En este acompañar/nos hemos “despistado” – abandonada en su propia tormenta- a la demencia, al Alzheimer… transmutándose la forma de mirar, en particular la de los/as familiares acompañantes, este cambio ha provocado que sea una mirada más nítida, abierta y trascendente, dejando a un lado la enfermedad pera reencontrarse con aquellas emociones y afectos que quedaron perdidos entre tanta tempestad. Los/as familiares se han reencontrado con ellos/as mismos/as y con sus compañeros/as, tal y como eran antes de que comenzara la tormenta. Los/as familiares, transformados/as en paraguas protector, acompañan a su familiar enfermo/a en esta travesía hacia lo desconocido, dejando de lado su propia tormenta que les/as acecha, dejando que el agua les/as empape y el frio los/as penetre, mientras, incansables, protegen y abrigan a su ser querido/a. Es una entrega generosa de cariño sincero, es AMOR, ¡¡algún tipo de amor¡¡. Como nos diría Cordelia, AMOR que trasciende las palabras.

A lo largo de este viaje me han preguntado en varias ocasiones sí creo que esta experiencia ha sido terapéuticamente positiva para las personas con enfermedad de Alzheimer y sus familiares, y no tengo una respuesta clara, pero me siento más cómodo creyendo que ha sido una experiencia sanadora, que empodera y visibiliza, una experiencia que mejora la autoestima, el estado de ánimo y, por ende, mejora todas las capacidades cognitivas y las relaciones sociales. La visibilidad ayuda a romper estereotipos y miedos que nos provoca lo desconocido, el abismo.”

ALBERTO SÁNCHEZ CAÑIZARES

PSICÓLOGO ASESOR DE [LOS NÚMERO IMAGINARIOS]

 

 

Las 14 personas, las siete con Alzheimer y sus siete familiares, ¿participan en el montaje?

No, a ver, ellos vienen, o pueden venir, si quieren, como público, ellos no son actores de la función. No queríamos hacer una obra en la que pudiera darse la impresión de que nos aprovechamos de ellos para hacer teatro. Ellos son espectadores como todos, están igual de perdidos que el resto del público cuando esto empieza, porque el público no sabe de qué va esto. Ellos, los enfermos, de hecho tienen más información porque han hecho cosas ya previamente, pero todos hacemos lo mismo. Lo que ha estado pasando en los ensayos es que no se han establecido diferencias entre quién tiene enfermedad y quién no, había siete personas en diferentes estadios de la enfermedad, pero todos hacíamos lo mismo. Y más allá de lo que pase al final con el montaje, lo importante ha sido el proceso de acompañamiento y de cuidados.

 

¿Cómo se convierte el reino de Lear en un salón de baile?

Movernos era una de las primeras dinámicas que teníamos claro que íbamos a utilizar, ¿cómo es pasar todo esto por el cuerpo? La música está instalada en una zona muy profunda de la memoria y ellos reaccionan muy bien. Hay algunos que tienen más dificultades a la hora de la relación social, pero con la música bailan, se mueven y se desinhiben. De hecho, algunos nunca han bailado en su vida, no les gustaba, y ahora bailan y se mueven felices, y claro, los acompañantes están alucinando, porque saben que no han bailado en la vida. Pero incluso para los propios familiares ha sido una liberación, porque nos decían: venir a un lugar donde yo me puedo mover así, como si fuéramos jóvenes… esto lo habíamos perdido. Empezamos entonces a probar músicas, músicas de los años en los que ellos fueron jóvenes y músicas de ahora, músicas nuestras, y surgió la idea del salón de baile, porque yo quería un espacio democrático, un espacio donde todos estuviéramos juntos, no quería un ellos y un nosotros, y era muy placentero verlos con nosotros, moviéndonos juntos. Nos parece que es un vehículo muy directo, también para que el público participe.

 

Es que en los montajes de vuestra compañía es fundamental la participación del público, está incluida en la dramaturgia siempre.

Sí, pero nadie está obligado, aquí hay gente que decide no bailar, por lo que sea, y está muy bien. Nos pasa siempre en los montajes de [los números imaginarios] Nosotros siempre decimos: puedes hacerlo, si quieres, y si no quieres, no hace falta. Y solemos tener un alto porcentaje de participación.

 

Aquí, a parte del cuadrado de sillas que delimita el salón de baile, donde caben 60 personas, está la grada. ¿Los espectadores que estén en la grada quedan fuera de la oportunidad de participar?

No, no, están las 60 personas, efectivamente, y luego la gente de la grada también tiene su periódico, todos pueden participar en la puja de los reinos y todos pueden bajar a bailar cuando quieran. Al público si le dices puedes, lo que pasa habitualmente es que la gente quiera participar. Pero también nos viene muy bien que haya gente que no participe, que se quede sentada, o hablando entre sí, o leyendo el periódico… el momento está más vivo, todos los sistemas se entrelazan, como capas dentro de la cabeza de Lear. Y estamos en su cabeza porque todo es papel, todo son palabras rotas.

 

Por eso era impensable hacer un Lear al uso, son más bien retazos de Lear…

En un ensayo surgió la idea de romper la obra. Son fragmentos de la obra, junto a fragmentos de textos que Gon Ramos ha escrito para nosotros, pero hay progresión. Lear divide el reino, están los súbditos, las hijas se enfrentan al padre, se enfrentan entre ellas, se enfrenta la tormenta… pero claro, la tormenta está en la cabeza de Lear, es muy claro, pero se enfrenta. Lo llevamos al bosque, hacemos la escena de Edgar y Gloucester, cuando se queda ciego… hacemos la obra. Lo que pasa es que la hacemos de una manera donde lo importante no es seguir la línea lógica, pero si alguno no conoce la obra la va a poder seguir y experienciarla, vivirla de una forma muy orgánica.

 

¿Cómo elegís quién hace Lear cada día, o quién hace Cordelia?

Lo hemos elegido de manera tranquila. Hay ocho intérpretes y tres bufones, está todo en la cabeza de Lear pero está todo roto. Para los ocho intérpretes hay ocho textos escritos por Gon para ellos. Si de pronto, de estos ocho, uno es Lear y otro Cordelia, sus dos textos no van a la función, no aparecerán, y los otros seis sí. Nos interesaba mucho la idea de lo que te toca, de pronto te toca la enfermedad, pues me toca la enfermedad, y me relaciono con la enfermedad; que me toca ser cuidador, pues soy cuidador; que me exilian, pues me exilian, me tengo que adaptar. Esto habla de la inestabilidad. Por eso el montaje se llama Lear (Desaparecer), porque teníamos muy claro que no queríamos generar nada que fuera estable o permanente, porque no permanece nada, no permanece la memoria, no permanece la relación, la relación se resignifica, los usuarios con alzheimer y los familiares han resignificado su relación, nos dicen: yo jamás me he duchado con mi marido y ahora me pide ducharme con él… jamás me besaba así… me coge de la mano como no me ha cogido nunca… No es una apología de estos pequeños gestos maravillosos, porque sabemos que luego el día a día es muy duro, pero no queríamos tratar la enfermedad como el vacío que llega donde ya no hay nada más. No, no, es que hay una manera de habitar eso, es que se puede habitar la enfermedad desde otro sitio.

 

¿Qué ha significado para los enfermos de Alzheimer, más allá de la obra, participar en este proceso?

Alberto nos decía al principio, antes de empezar, que esto iba a ser parecido a la estimulación que reciben en los centros de día. De pronto empezó a ver que no, que en realidad estábamos trabajando la obra y que a ellos los tratábamos como tratamos al público y le fascinó porque él pensaba: no van a entrar. Prejuicios de un terapeuta que lleva 14 años trabajando en esto. Hemos descubierto que el problema es considerar al enfermo como enfermo, no como una persona que puede hacer otras cosas, algunas las puedes hacer y otras no, pero no decir: eres esto y de ahí no puedes salir. Los propios familiares lo dicen: ha sido más terapéutico para nosotros que para ellos, porque para ellos hay estimulación pero hay una progresión en la enfermedad, que esto no lo va a parar, pero sí ha dado momentos de calidad, que a lo mejor ya habían sido descartados, tener estos momentos de contacto, de cariño, de ofrecimiento… Pero para los familiares y para Alberto ha sido la oportunidad de relacionarse con esto desde otro sitio, descubrir que desde el contacto, el amor, la posibilidad, la potencialidad, hay todo un campo por descubrir, porque nosotros no somos expertos en esto, no somos profesionales, somos una compañía de teatro. Desde esa no experiencia, hemos ido a sitios que el propio terapeuta reconocía que no se hubiera atrevido a ir nunca, pensando que no iban a ser capaces. En realidad, el conflicto está en el que mira, básicamente, no está en ellos. Es más, ellos están en casa durante la semana casi sin ver a nadie, están muertos socialmente, de algún modo entienden que ya está, que la vida se ha acabado. Y sin embargo, aquí vienen y sienten que se les necesita y que pueden ser. Pero el problema es que no existen contextos así, están separados, desplazados. Este montaje también es un montaje sobre la vejez, sobre los cuidados en la vejez, no sobre el Alzheimer, más allá de que está atravesado por la demencia de Lear, pero ¿qué ocurre cuando miramos la vejez?

 

¿Es posible que la vejez sea considerada en algún aspecto una enfermedad en nuestra sociedad?

Lo es, para mucha gente lo es, es una discapacidad, una enfermedad, un no puedes, un no debes, un compórtate, no hagas esto, que ya no tienes edad, no hables… Y aquí lo que proponemos es todo lo contrario: habla si quieres, muévete si quieres… lo de romper el periódico no sabes lo que fue, porque es subvertir aquello que no se puede hacer, lo políticamente incorrecto, da igual la ideología, es una liberación romper titulares. Y luego lo que ha significado en lo que a género se refiere, que hemos tenido hombres bailando con hombres, que nos decían ellas, sus mujeres: esto no lo ha hecho en su vida. Hablarle a Lear siendo una chica, decirle padre; la gente piensa que esto es muy moderno, y no, esto no es moderno, yo tengo a gente mayor aceptando algo que no es la modernez, no va por ahí, es jugar a algo porque uno quiere, con el cuerpo que se tiene o con el que se imagine cada uno. Estamos teniendo mucho cuidado de no interpretar a un loco, sino de jugar. Así que los hijos de las personas con alzheimer dicen que se comportan como niños, ¿y qué? ¡Lo estamos pasando bien! Pues no, hay reticencia. Lear dice: ¿vosotras sois mis hijas? Hay algo muy fuerte para mí leyendo Lear desde aquí que lo baja a nuestro territorio, de nuestras relaciones familiares, de lo que no consentimos, de la vergüenza que nos da el comportamiento de nuestros padres, que queremos que hablen más bajito, y poco a poco vamos haciendo desaparecer a los otros. El destino es la desaparición, y Lear quiere aparecer. Y eso es Lear, que con 80 años reparte los reinos pero se reserva sus 100 caballeros, sigue jodiendo, porque quiere aparecer. Y las hijas dicen: no. Así que él se va al bosque, se enfrenta a la naturaleza, y claro, descubre que ha sido un déspota, un tirano. Porque es complejo, no estamos solucionando nada, esto es muy difícil. No se trata de decir: que hagan lo que quieran. Lo que decimos es: dialoguemos como podamos, habitemos esto como venga, pero habitémoslo.